x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

jueves, septiembre 29, 2011

Palabra

El ser humano se va haciendo escéptico a lo largo de su vida a base de múltiples desengaños. La muerte de los seres queridos sea, quizás, el más fuerte de ellos. Una destrucción de inocencia, una pérdida de referencia que tal vez sea necesaria para llegar al final de nuestros días con la mochila cargada de la energía justa para no aterrorizarse ante el irremediable final.

El gran desasosiego del hombre, sin embargo, pienso que se gesta a base de múltiples decepciones con el propio hombre, el que comparte nuestra amistad, el trabajo, el espacio inmediato o el anónimo y lejano.

No hay nada más frustrante que el comprobar la infidelidad a la palabra dada.

En tantos casos a lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a esa vulnerabilidad que supone sentirse engañados por el otro, que reaccionamos de dos maneras: contagiándonos de esa actitud que supone no ser de fiar, o manteniéndonos en nuestros trece de ser fiel con nosotros mismos y, por ende, con el otro.

Las dos posiciones frustran, pero sólo la segunda es sana.

Mantenerse fiel a la palabra dada es, a pesar de desengaños, la más reconfortante de las actitudes.

Ser garantía de compromiso, no hacer dudar al otro de que si tu has dicho sí, ese sí es más fuerte que ninguna excusa.

sábado, septiembre 24, 2011

Paciencia

En una entrevista publicada al célebre director de cine mexicano Arturo Ripstein, éste se lamenta de la pérdida de paciencia colectiva e individual que representa a pasos forzados la irrupción de la era digital.

Esta reflexión, que yo comparto plenamente, junto con otras que se hacen eco de los cambios en nuestra sociedad a resultas de los avances tecnológicos, no pueden ser interpretadas como un freno al progreso o miedo a evolucionar, sino como todo lo contrario. Son mensajes que vienen de intelectuales que no hacen sino pensar en voz alta acerca de los caminos inescrutables a que nos vemos abocados con esta aceleración exponencial en usos diarios a que nos vemos sometidos.

Cuando se habla de pérdida de la capacidad de ser pacientes parecería que se refiriese a sensaciones abstractas y subjetivas, pero es cierto que ese razonamiento se puede concretar en muchas de nuestras actividades habituales que nos hacen perder determinados valores adquiridos por el ser humano a lo largo de los siglos.

Mi miedo es ése, el no dominar el miedo extendido a perder el tiempo que se instala en nuestra conciencia colectiva.

Quizás se hagan estudios para comprobar cómo nuestro cerebro comienza a entender los segundos como más cortos y los meses como semanas, porque todo va rápido; y si no va lo suficientemente veloz, lo aceleramos.

Queremos la información al instante, las respuestas a los mensajes inmediatas y eso hace que nos quitemos tiempo para la sana constumbre que implica la espera.

Nuestros anhelos de comunicación se pueden llegar a convertir en enfermizos y absurdos.

Hay una práctica sana, pienso yo, que tiendo a ejercitar. Que la tecnología no controle mis ritmos, a base de dejar reposar los mensajes y sms en la memoria de mi cerebro y responder a ellos con calma y dedicación cuando así lo merezcan.

Esperar a quedar para darme un paseo para contarle a alguien cómo me va la vida es mucho más hermoso que acumularlo todo en 3 mensajes de móvil.

martes, septiembre 20, 2011

Pensar

Una tarde, por las calles de Huelva, Mariángeles me contó sus propuestas para llevar a la práctica en el Instituto de Secundaria donde da clases.

Consistía en involucrar todas las asignaturas en un sólo proyecto de reordenación de un barrio de la ciudad. Y que ese proyecto fuera el hilo conductor de todo el curso escolar.

Ahí entraba la lengua, redactando informes, el dibujo, diseñando edificios, las matemáticas, calculando presupuestos, la historia, la física...

El objetivo era hacerles trabajar en grupo, elaborar estrategias, plantearse para qué sirven los libracos con que se les avasalla.

Todo esto se uniría, en ese proyecto imaginado, con la investigación por internet. Aprenderían que un ordenador no sirve tan solo para descargarse juegos o infiltrarse en páginas porno a escondidas.

Evidentemente las inercias de siempre impidieron que mi querida Mariángeles pudiese llevar a cabo ese reto; la autonomía de los centros escolares es muy limitada y los enemigos no sólo los encontró en las instituciones, sino en compañeros que no querían complicarse la vida.

El éxito de las próximas generaciones vendrá por la capacidad que tengamos de hacer a nuestros chavales pensar.

Finlandia queda muy lejos.

viernes, septiembre 16, 2011

Alcohol

Si no fuese porque conozco gente cercana que ha tenido problemas serios con el alcohol o porque está más que demostrado que su consumo excesivo es perjudicial para la salud, lanzaría una oda al gintónic o a las cervezas mañaneras.

A mí el alcohol me sirvió en mi juventud para abrirme al mundo. Junto con otras muchas circunstancias, sí; pero también.

Vivimos tan aprisa, tan de golpe, que nuestros conflictos internos encuentran un resquicio para ser compartidos cuando te encuentras con una copa de vino delante.

La debilidad del ser humano le confunde y toma por Jauja lo que es un pequeño placer que debería ser controlable. Deshinibirse, desacelerar el ritmo de los pulmones, mirar a los ojos que tienes enfrente y evacuar presiones casi siempre minúsculas que nos aturullan como fundamentales cuando la vida es mucho más sencilla que todo eso.

Un gintónic para terminar la noche, una cerveza para comenzar el fin de semana o un vino blanco para disponerte a preparar una paella.

Me repatea la frase 'no necesito alcohol para divertirme'. Por simple e injusta con los que sabemos apreciarlo en su justa medida.

Renunciaría, eso sí, si con eso consiguiera que gente que ha sufrido por sus enganches volviera al mundo real, al de la construcción de nuestro día a día, del que una vez se apartaron creyendo que en una botella de cristal se encontraba otro mundo menos injusto.

martes, septiembre 13, 2011

Barcelona

La ciudad, monstruosa, era un gigante que se abría en dos cuando yo la atravesaba por vez primera camino de Bañolas, en uno de mis viajes como remero.

Era hora punta y la Diagonal se hacía interminable, los autobuses iban cargados de trabajadores y estudiantes apelotonados. Yo tendría quince o dieciséis años y el descubrimiento de la ciudad supuso un shock.

No llegamos ni siquiera a parar. Tal como entramos, salimos, y durante mucho tiempo quedó en mi retina esa visión impactante que me hacía pequeño en mis proyectos de vida adolescente.

Allí he vuelto tantas veces que para mí existen ya decenas de Barcelonas, como corresponde a la majestuosidad de ciudad total en que los siglos la han convertido.

Conozco la Barcelona crápula, la mestiza, la currante, la política, la de los arroces en la Barceloneta, o los cursos de robótica, la de Nissan en la zona franca, la de las Olimpíadas, la del Museo de Arte Contemporáneo o la de los bares de jazz.

Aquélla que sale en los telediarios, la Barcelona por la que nos preguntan cuando estamos recorriendo Europa, la del cine, la de las novelas de posguerra, la anarquista de principios de siglo, la luchadora, la snob, la sórdida y la coqueta.

A ningún españolito se nos puede sustraer de soñar con esta urbe cercana, capital de la modernidad y la vanguardia.

A Barcelona hay que quererla porque, como todo miembro de la familia 'fashion' y emprendedor, perverso y atractivo, detrás de esa fachada real de fortaleza hay una necesidad de afecto.

Desde el resto de España deberíamos mimarla más, porque nos ofrece demasiado como para que podamos permitirnos el lujo de que se nos aleje.

sábado, septiembre 10, 2011

Saber estar

Todo ser humano va marcando su destino sin saberlo a partir de reglas creadas internamente de forma más o menos consciente y que le hacen ir por la vida con rumbos diferenciados.

Hay, en mí, un modelo de conductas que me atrae de los demás. Que me motiva, por tanto, a ponerme siempre en cuestión. Mi padre tiene mucho que ver en esa admiración por la gente que siempre sabe estar en su sitio, con hidalguía y humildad.

Cuando los conflictos aparecen hay muchas maneras de afrontarlos. Los conflictos, en mayor o menor grado, nos buscan a diario.

Soy partidario de atajar los problemas de frente, sin escorzos que nos hagan sortearlos para que luego aparezcan, más fuertes, como un boomerang.

Pienso que las actitudes son mejorables siempre, que no nos podemos escudar en el 'yo soy así' para eternizar nuestros defectos. Pienso, de igual modo, que la actitud óptima para afrontar los retos diarios debe venir dada por el saber estar.

No perder la calma, no reprochar a gritos, no decir más de lo necesario ni agredir para luego pedir perdón.

Saber estar es considerar siempre a tu interlocutor como tan válido como tú. Ser humilde y transmitir, mirando a los ojos, que todo es solucionable.

Hace unos días se fue de la fábrica de Sevilla un alto ejecutivo de Renault para continuar su carrera profesional en Francia. A pesar de sus responsabilidades, nunca dejó de ser una persona afable hasta con el operario recién contratado o el empleado de la limpieza.

Saber estar.

jueves, septiembre 08, 2011

Friki

Es un adjetivo utilizado con sorna.

Cuando a alguien se le define así se le imprime cierta dosis de cariño a pesar de tener una connotación peyorativa.

A mí, sin embargo, me gusta la gente friki.

Ser friki, por lo pronto, supone tener personalidad. Por lo general, además, implica unos gustos precisos, un ideal.

Frikis de la informática, de los mangas o de la fotografía, que se hacen su hueco a base de concentrar sus energías en descubrir, casi siempre de forma autodidacta, todos los entresijos de ese mundo propio en el que se sienten felices.

Yo tengo un espíritu generalista. Tanto así que me hace ser un inexperto de todo.

Prefiero, evidentemente, un friki por la música jazz que uno que coleccione sombreros cordobeses o estampas de santos.

Interesarse por el mundo, aunque sea en una especifidad que se nos escapa supone amar la vida.

Entre tanta gente que pasa gris por el mundo, mirando de reojo y con envidia todo lo que se mueve a su alrededor, ellos y ellas, los frikis, iluminan pequeñas zonas de nuestro espacio con una luz intensa, coloreada y divertida.

lunes, septiembre 05, 2011

Anchoa

Aunque las leyes me protegieron de sufrir novatadas cuando hice la mili, no podré olvidar los años de remo.

De adolescente, viéndome un chaval delgado y poco social, mi tío Yiyi me animó a apuntarme a remo. Su amigo 'Anchoa' entrenaba en el Círculo de Labradores y pensó que me vendría bien en todos los aspectos.

Salvo por mi espalda actual, hecha una 'ese', no le puedo estar más agradecido.

Federarme a los 14 años, ir a entrenar a diario, marcarme metas que no pasaran por los estudios, hacer amigos de distintos estratos sociales alejados de la burbuja del colegio de curas donde estaba, navegar a las ocho de la mañana los domingos oyendo las campanas de la catedral desde el Guadalquivir y Sevilla en silencio.

Fueron casi diez años de mi vida.

Ya la primera temporada conseguí que me seleccionaran para ir a los Campeonatos de España que se desarrollaban en un pueblo zaragozano, Mequinenza.

Allí íbamos todos en autobús, a pasar varios días cuando terminaba el curso escolar.

Pero mis nervios por competir se transformaron en 'terror' cuando descubrí lo que pasaba en ese autobús.

Los veteranos se sentaban en los asientos traseros, con Anchoa justo en el medio de la última fila. Entonces empezaba el cántico:

'¡Hey, Hey, Hey... Anchoa es el rey!'

En ese momento iban llamando uno a uno a los novatos. Afortunadamente no fui el primero en ser llamado. Recuerdo que fue Javi, mi compañero de asiento. Cuando volvió a su asiento y vi su cara de pánico, quise morirme.

Les hacían un 'gazpacho', es decir, les bajaban los pantalones, le echaban en los genitales desde pasta de dientes hasta leche condensada y se morían de risa ridiculizándolo.

Con dos palmos y veinte años menos que él, en la primera gasolinera que paramos camino del norte, me acerqué a Anchoa y le dije: 'Como me llaméis desde atrás, os mato'.

Nunca me hicieron un 'gazpacho'.

Pero en mis pesadillas de adulto ya vivido aún resuena ese cántico:

'¡Hey, Hey, Hey... Anchoa es el rey!'