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martes, febrero 28, 2023

Andalucía

A mí la palabra Andalucía me crea conflictos, porque la quiero tanto que me temo que me llamen nacionalista, y no lo soy.

No quiero banderas, ni fronteras, ni gente que se sienta extranjera en mi tierra.

Es complejo manejar los afectos hacia cosas que no existen, pero que están en nuestro corazón. 

Porque los países, las regiones, las ciudades no son sino inventos del ser humano para sentirse parte de una comunidad, al calorcito de unos colores que pensamos que nos definen.

Yo siento a Andalucía porque quiero a mi gente, a pesar de todo lo que no me guste de ella, y quiero a España por mucho que haya quienes me desesperen. 

Llevo mal eso de amar tanto a mi tierra queriendo ser universal.

Menos mal que Andalucía es el universo en el que todos cabéis, porque nací en una tierra donde todo el mundo es de aquí, mal que les pese a muchos de los que votan rencor.

lunes, febrero 27, 2023

Viernes

Me dan miedo cosas tontas.

Como perder la ilusión de la llegada de una tarde de viernes. Esa fiesta interior que surge de mis tripas cada vez que celebro el comienzo de un fin de semana.

A pesar de ser buen estudiante y de haber sido un afortunado al encontrar mi trabajo, no ha habido un solo viernes en el que no haya festejado la libertad de recuperar mi tiempo por unos días.

Recuerdo la serie 'Con ocho basta', de cuando yo era un enano, que marcaba el inicio del fin de semana. Todos los hermanos tirados en el suelo, sobre cojines, frente a la tele, con los planes preparados por mis padres para llevarnos a casa de la abuela. No había mayor felicidad.

Tantísimo tiempo después, aún siguen las cosquillas en el estómago cuando apago el ordenador al final de la semana y me recreo al pensar en todo el tiempo que tengo por delante, las cenas programadas, los paseos sin rumbo junto a Fran, las siestas sin despertador, el rato de sofá con una novela mientras suena música francesa.

Miedo me da que llegue un viernes en el que no sienta cosquillas así.

Louvre

Era la ruta más rápida para volver del trabajo.

Mis oficinas estaban en las afueras de París y la combinación con el transporte público era muy compleja, así que durante semanas probé varias alternativas con el coche, hasta dar con el recorrido más directo hasta casa.

El problema era cuando llegaba al túnel que atravesaba bajo el museo del Louvre. Llegaba por la parte derecha de una avenida de cuatro vías y tenía que colocarme, en pocos metros, en el carril derecho. Era el momento más tenso del día. Podría perder quince minutos en avanzar, apenas, la distancia entre dos árboles.

Cuando ya estaba bien enfilado, los conductores de los coches a mi derecha me suplicaban, literalmente, para que les dejara pasar. Me gustaba observarlos, porque esos mismos que acababan de colocarse en el carril bueno eran los que luego maldecían a quienes intentaban situarse delante de ellos. El ángel se volvía demonio en cuestión de segundos. Quien pedía misericordia le negaba la oportunidad al siguiente en pedir clemencia.

Era un aprendizaje diario brutal acerca del ser humano. Del arte del pedir... y de la miseria del dar.

5

Hay un cinco por ciento de impresentables en este mundo.

Es mi teoría.

Cuando tuve un equipo de trabajo de 60 personas, eran tres los que siempre daban por saco; en pandillas de quince o veinte amigos, estaba el mamarracho que malmetía entre todos; si me invitan a un club de lectura, aparecen uno o dos que van allí a reventar la fiesta.

Son muy pocos, pero hacen un ruido muy desagradable, que se te mete en la cabeza y no te deja disfrutar de la gente válida que tienes alrededor.

Yo a todo trato de sacarle punta y pienso, a veces, que son útiles para crecer uno como persona, porque esta gente insufrible puede sacar lo peor de ti, sí, pero también te está retando a que rebusques tus mejores armas para conseguir sortear la amargura que desprenden con la estrategia más elegante de todas, cuando de luchar se trata. Hacer que no existan. Borrarlos del mapa sin que ellos se den cuenta de que conseguiste apagar su ruido sin despreciarlos. Mirar hacia ellos y no verlos. Escucharlos maldecir y sacar media sonrisa. 

Se vuelven pequeñitos y pierden sus estúpidos poderes.

Antiguo

Me fuerzo a no querer ser antiguo al analizar nuestros días, porque soy un convencido de que el progreso siempre ha ayudado al hombre a profundizar en su bienestar, incluso porque el cambio está asociado al ser humano. Ninguna generación ha vivido un mundo tan avanzado como el suyo propio.

Ese convencimiento no quita para que me preocupen determinados comportamientos que observo desde mi atalaya de libre pensador.

Uno de ellos es el esfuerzo. Llámenme carca, que no lo soy, pero a todos se nos pasan las horas muertas embobados con vídeos de gatos haciendo travesuras, de olas invadiendo un pueblo costero, de chavales dando sustos por la calle. Horas de relax, necesarias tal vez, en las que nuestra pereza sube a la cumbre de todas las perezas para no hacer otra cosa que pasar con el dedo a otro vídeo tonto de una chica bailando un reggaeton, o de un mono robando en el bolso de una japonesa.

¿Dónde van a parar esas horas perdidas? Sobre todo, ¿dónde van cuando de gente joven se trata? Esas tardes y fines de semana sin hacer estrictamente nada productivo, embriagados por el dulce sopor de los estímulos que nos llegan de todos lados para tener nuestra mente anestesiada, ajena a la producción propia, a la construcción de retos, al esfuerzo del aprendizaje.

Sí, lo sé, la juventud de hoy es maravillosa, abierta de mente, inquieta, preparada. Sí, sé que el panorama que les estamos dejando no es alentador, con sueldos miserables y viviendas inasequibles. Estoy en el mundo.

Yo sí sé que, desde mi atalaya, observo el mundo y no dejo de pensar en que nos estamos aborregando. 

viernes, febrero 24, 2023

Todos

La palabra todos es delicada de manejar y abusamos de ella.

Nos gusta englobar las cosas para tranquilizar nuestra manera de pensar. Todo es así o 'asao'. 

A determinados políticos, además, les construye el discurso. 'Todos los españoles reivindicamos...'. Mire, todos los españoles es imposible que reivindiquemos algo. Usted representa a quien representa, pero nunca podrá representarme a mí y, al mismo tiempo, a aquellos que ven la sociedad de forma opuesta a como yo la veo. Porque yo no puedo reivindicar lo mismo que gente a la que detesto. Y me duele admitirlo, pero yo detesto a más personas de lo que quisiera.

Es más fácil elaborar un argumentario a partir del blanco y el negro, del todos de un lado o todos del contrario. Buscan montar a la gente en un barco o en el otro, cuando muchos de nosotros no queremos navegar hacia donde dicen ellos.

Sin darte cuenta, cuando te han metido en el barco, ya te han encalomado al enemigo. Los del barco de enfrente.

La sociedad es más compleja, los posicionamientos menos gruesos, ni mis más íntimos amigos piensan igual que yo en todas las grandes causas; cada uno venimos condicionados por nuestra infancia, los particulares reveses de la vida, los éxitos conseguidos, la sensibilidad de sangre y la trabajada. A mí que nadie me meta en el globo viajero de todos los homosexuales, ni todos los ingenieros, ni todos los escritores, ni todos los sevillanos, ni todos los de la generación baby boom.

Basta con empezar el discurso diciendo 'una parte importante de la población de Bilbao...', en vez de explicarnos cómo son todos los bilbaínos. 

Yo desconfío del que globaliza a los colectivos. La vida es más sutil.

domingo, febrero 19, 2023

Frases

-Ay, Salva, termina las frases... -me decía Montse.

Era cierto, tenía y tengo tendencia a dejar expresiones inacabadas y no sé de dónde vendrá ese mal hábito. Tal vez porque doy por supuesto en quien me escucha que ya sabe lo que voy a decir, o quizás sea que con ese toque dado que tengo, y me hace vivir en la luna de Valencia, se me quedan danzando las palabras por la cabeza.

Intenté corregirlo, empecé a detectarlo, me esforcé en rematar las frases, hasta que algún que otro día me escucho a mí mismo:

-Sí, siempre me ha gustado mucho que...

Me quedo bloqueado y se me aparece el ángel de Montse, la que habita en mi interior, para darme dos coscorrones en la cabeza.

-¡Salva, otra vez!

Protestar

Aunque la relación sea la más armoniosa de entre todas las posibles, hay que saber decir a la pareja cuándo algo en su actitud, en sus palabras o en el trato te ha herido.

Tenemos que expresarlo, soportar el berrinche y hablar lo necesario, porque dejar pasar esos episodios en los que uno de los dos se siente agredido es sembrar para que en el futuro vuelva a ocurrir multiplicado por dos.

Sí, a veces incluso la pareja se puede sorprender de tu reacción, de que des importancia a algo que para ella no es más que una chuminada. Las chuminadas, en cambio, sumadas una a una, se convierten en agresión.

Es sanísimo protestar, con amor; decir que por ahí, no; plantar cara a lo que, a ti, te da mal rollo.

Al hacerlo demuestras lo mucho que apuestas por la relación.

Fred

Lo peor que se puede decir de una persona es que lo mejor que te ha ocurrido es separarte de ella.

Así me ocurrió con Fred.

Lo conocí nada más instalarme en París, en 2001. Pronto se instaló en mi vida y en mi casa. Yo no conocía a nadie en la ciudad y él me abrió las puertas de la sociedad francesa. Divertido, atractivo, inteligente, ese hombre me dedicaba palabras de amor deliciosas.

Meses después tuve que bajar un par de semanas a Sevilla, por un problema grave de salud en casa. Él no solo no me acompañó, sino que aprovechó para empezar otra relación que quiso mantener oculta.

La ruptura fue dolorosa.

Años después, cuando ya me movía por la ciudad como Pedro por su casa, se montó en el vagón de metro en el que yo viajaba. Nos enfrentamos palmo a palmo, a centímetros de distancia. Yo, sin responder a su saludo, esperé a que sonara el silbato para salir escopetado del tren, con las puertas cerrándose tras de mí.

Al llegar a mi apartamento el teléfono no dejaba de sonar. Era él. Le dejé hablar. Recriminaba mi actitud infantil por haber saltado así del vagón. Cuando por fin se calló, le expliqué, en la última conversación que jamás tendremos.

¿Viste cómo salté del metro? Pues ya puedes imaginar lo que tú representas para mí.

jueves, febrero 16, 2023

Fútbol

A Fran le interesa tan poco el fútbol que me hace preguntas del tipo.

—¿Hoy juega el España?

—¿El España?

—El equipo de España, ¿no? O ¿cómo se dice?

Así que mi pasión futbolera tengo que guardarla en el armario de mi propia casa, una pasión que me inoculó alguien a quien tampoco le gustaba ese deporte, mi madre. Yo era el primer nieto varón y mi familia materna, bética, me sacó el carnet, incluso antes de que me bautizaran, para evitar que mi familia paterna, sevillista, me llevara a su terreno.

De hecho, cuando me presentan a alguien y me entero de que es del Sevilla, esa persona pasa a ser directamente más fea y antipática a mis ojos.

Renunciar al Betis sería como renunciar a la memoria de mi madre, así que desde que tengo uso de razón sigo cada partido de mi equipo como si me fuera la vida en ello. No hay jornada de fútbol en la que no esté pendiente, a escondidas, del resultado. Cuando Fran me descubre siempre me dice.

—¡Cateto!

Yo me río y sigo a lo mío, sin delatarme, aunque hay noches que salimos a cenar y yo coloco discretamente el móvil cerca para ir viendo de vez en cuando cómo va la cosa. Aprovecho si él va al baño, o se distrae con alguien, para mirar. Hay veces que me pilla y me sonríe.

—¿Hoy también hay Betis?

martes, febrero 14, 2023

Luis Felipe

Estábamos comiendo en uno de nuestros bares preferidos donde, de tanto ir, hemos hecho migas con la dueña.

Hace poco se le murió el padre, antiguo propietario del local, que andurreaba por allí hasta casi el día en el que se fue.

Ella, emocionada, nos contaba lo sociable que era, lo que le gustaba charlar con los clientes, lo bien que se lo pasaba echando los días allí. Lo mucho que le gustaba un lío. 

Era un disfrutón.

Tiempo atrás, nos dijo, se gastó un dinero en comprarse una botella de Luis Felipe, para bebérsela el día de la boda de su hija. Una boda que se malogró tras muchísimos años de noviazgo. Suspiraba narrándonos su historia, con la imagen de su padre en la mirada y esa capacidad inigualable que tienen los andaluces de contar un drama entre risas, hasta que señaló una estantería encima de mi cabeza.

Ahí está la botella. ¡Enterita!

Líos

No meterse en líos es meterse en líos.

Cuando uno renuncia a investigar, a enredar, a maquinar, a curiosear está plantando las semillas de un período chungo en lo emocional.

Si a la mente no se le da caña la mente se vuelve tonta. Nuestro coco necesita la gasolina de un libro, de pensar en un viaje o conocer a alguien nuevo, muere por aprender, ya sea una receta o el alfabeto japonés. 

En el momento en que caen los estímulos nuestro espíritu envaguece, hasta acabar por protestar por cualquier sorpresa que traiga el día a día, se vuelve gruñón, irascible, desde el momento en que le rompen ese no hacer nada al que se ha abocado.

Existir es cambiar. En cuanto decides no hacerlo te conviertes en estatua de sal.

Hay que decir que sí, hay que meterse en líos. 

sábado, febrero 11, 2023

Portugal

Portugal es un país inmenso que admiro de corazón.

Tendemos a comparar con el de al lado y prejuzgar, como si la grandeza la dieran los kilómetros cuadrados, pero no hay más que agarrar un coche y tomar por carreteras secundarias, acompañadas de hileras de álamos, para entender la hermosura de un territorio poblado por gente humilde y orgullosa de lo que es.

Quizás la personalidad se agrande cuando uno se siente pequeño y se afiance ese sentimiento de unidad, de aquí estamos para lo que se necesite, sin los riesgos que ofrece el creerse el mejor de la clase.

El pequeño por fuera suele convertirse en el más grande por dentro.

El portugués cambia de idioma en cuanto descubre de donde vienes y agradece, de verdad, que estés visitando su tierra. Es difícil encontrar actitudes altivas o recelosas en ellos como anfitriones.

Incluso ese punto de tristeza, que existe, forma parte de su característica como pueblo, algo en lo que están educados, en no hacer ruido, en pedir disculpas, en no levantar la voz.

No hablo de que un portugués sea mejor o peor por el hecho de serlo, solo que la sensación que te llevas siempre que lo visitas es de sentirte en territorio amigo.

No hay más que entrar en el monasterio de Tomar para comprender el devenir histórico de este pueblo noble. 

Amo Portugal.

Coches

Cada vez que el futuro avanza con nuevos inventos, de esos que parecen que serán imprescindibles mañana, me viene a la mente una de las últimas comidas con mi padre.

Sentados en la mesa de un restaurante, junto a los ventanales de un decimotercer piso y Sevilla a nuestros pies, él, elegantísimo con su jersey celeste de Blueberry, lamentó no poder disfrutar de los coches voladores que pronto vendrían a aparecer.

Lúcido y sereno, se despedía de su ciudad lamentando no poder vivirla más, sin querer decir que le apenaba no saber qué sería de nosotros, sus hijos, de su nieto, de todos aquellos a los que había querido.

Llegará el día en el que aparecerá ese coche que vuele y, si tengo suerte, me montaré en uno. Le diré al conductor que me lleve al hotel Sevilla Center y que se coloque frente al ventanal del restaurante del piso 13, y le rogaré que se quede ahí un rato, frente a la mesa donde un día mi padre lamentó no ver lo que yo le llevaré.

Absurdo

Hay días en los que no quieres saber del mundo, porque todo lo ves absurdo. Y tienes razón. Todo lo es.

Hay otros en los que te lo comes, al mundo, porque a todo le ves sentido. Y tienes razón. Todo lo tiene.

Y hay otros, más escasos, en los que te das cuenta de las dos verdades al mismo tiempo, aunque sea un ramalazo de segundo en el que comprendes que la vida es eso, un absurdo al que le podemos encontrar una trama entretenida para disfrutarlo, dándole forma, proyectando metas, avanzando riesgos.

Cuando uno entra en esos territorios de lucidez la mejor armadura que se encuentra es la de no tomarse las cosas demasiado en serio. La vida es un juego tan soleado como tenebroso en el que estamos obligados a participar.

No vale esconderse ni hay libro de reclamaciones.

jueves, febrero 09, 2023

Tacos

En una tertulia reciente una mujer me criticó el que los protagonistas utilizaran tantos tacos.

No soy consciente de que sea así, agradecí su crítica, porque la hizo de corazón, y defendí la postura de todo creador. No hay que censurar la realidad. Las novelas, como cualquier otra disciplina creativa, es un reflejo de nuestra sociedad, una interpretación de lo que nos rodea, un espejo en el que mirarnos.

En la vida real se dicen tacos, se construyen expresiones poco académicas y la gente se interrumpe al hablar.

Es cierto que hay que mantener un cierto orden para no despistar al lector, tanto como que no podemos edulcorar lo que es el mundo de afuera si queremos que se nos crea.

La magia del novelista es conseguir que te metas en su mundo de ficción sin ser consciente de que todo es mentira.

domingo, febrero 05, 2023

Mi madre

Yo era tan poca cosa que verla aparecer era una subida de autoestima.

Había nacido con bizquera, más pequeño que mis hermanos y había tenido una enfermedad que me hizo quedarme en los huesos. Iba al colegio con unas gafas enormes con un parche en mi ojo vago. Tenía todos los condicionantes para ser un chaval acomplejado, de no ser por haber tenido la fortuna de poseer un fuerte carácter desde que era un renacuajo.

Lo bueno, además, es que era sorpresa el día en el que venía a recogerme. Yo solía volver a casa solo, rodeando el campo del Betis, con mi mochila a cuestas.

Había mediodías, en cambio, en los que ella aparecía. La más alta, la más guapa de entre todas las madres, con su melena rubia y sus gafas de sol resplandecientes. Me daba un vuelco entonces el corazón, mi cuerpecillo infantil ganaba dos centímetros de altura y me agarraba a ella. Yo sabía que todos miraban cómo me daba dos besos y me achuchaba. ¡Era mi madre!

No podía ser más feliz.

Picardía

La edad da picardía, esa palabra que suena muy parecido a lo que significa. Los años nos otorgan esa capacidad para ver el doble sentido a las cosas, a jugar con las expresiones, a reírse del drama, a encontrar formas de acercarte a la gente sin formalismos.

Salvo excepciones, cuando acudes a algún espacio donde te atiende gente joven, echas de menos ese punto de viveza que no les ha dado tiempo a atesorar.

A mí me gusta esa retranca de la gente curtida, que ya sabe separar lo importante de lo accesorio, que te entiende con un gesto, sin pudores innecesarios.

La juventud tiene la vida por delante, pero los demás tenemos claves que ellos aún no han tenido tiempo de descubrir. En algo tenemos que ser más afortunados.

Queja

Hay una práctica muy sana que trato de ejercitar, evitar la queja. 

Incluso en mis conversaciones conmigo mismo. Cuando la sangre me hierve por dentro y apetece gritar la impotencia, que tan sano resulta a veces, yo intento buscar la enseñanza antes que la maldición, porque de la primera se aprende y te hace mejor persona.

Para las cosas tontas, como que el huevo se pegue a la sartén, como para las complicadas, que un amigo empiece a hacerte el vacío. Más que enfurecerse, lo que hay que hacer es apuntar en la lista de la compra una sartén nueva y mandarle un mensaje de amor a quien está distante contigo.

Es mucho más sano que encabritarse, porque si tiras el huevo quemado a la basura y no haces por acercarte a quien se te aleja, sólo conseguirás seguir quemando la comida y perder a alguien, que te importa, sin darte la oportunidad de comprenderlo.

jueves, febrero 02, 2023

Generalizar

Cuando me presentan a alguien nuevo y les hablan de mi faceta de escritor, si la persona recién conocida es hombre suele preguntarme cuántos libros vendo, si es mujer, en cambio, me pregunta qué es lo que cuento en mis novelas.

No hace falta explicar con quién me siento más cómodo.

Soy contrario a generalizar, salvo cuando las reacciones definen las sensibilidades de uno y otra. Las estadísticas son claras. La mujer lee más. Es un dato irrefutable. De ahí a deducir que la mujer es más sensible va un trecho, es como mínimo osado, porque no hay un termómetro que mida los sentimientos.

Sí es cierto que me gustaría una sociedad donde el género masculino leyese más, comunicase mejor su mundo interior, supiese manifestar, sin sonrojarse, cómo le trata la vida.

Atropellos

A veces somos demasiado duros con nuestras reacciones, por mucha razón que tengamos.

Como si atropellamos a alguien que camina por el centro de una calle. ¡Es que estaba invadiendo el espacio de los coches! Sí, lo estaba haciendo mal, pero no hay por qué matarlo.

Perdemos muchas oportunidades cada vez que sobreactuamos ante una ofensa. Yo lo hice unas cuantas veces y la relación no vuelve a ser la misma. Somos especialistas en poner el listón muy alto para los demás y a ras del suelo para nosotros. Nos indignamos con los malos gestos, pero no nos vemos la cara para comprobar los nuestros. Es fácil poner la lupa para ver qué hacen los otros, pero somos miopes con nuestras flaquezas.

Reivindico el derecho a la equivocación, a la torpeza y al despiste, muy alejados del verdadero monstruo, que se disfraza más sutilmente y que se hace llamar maldad.

Cabeza

La cabeza hay que comérsela lo justo y necesario, porque puede convertirse en un bumerán que nos haga ser más infelices.

Y lo escribe uno que se la come mucho.

Tenemos que encontrar el equilibrio para poder divagar con nuestros pensamientos a paisajes muy lejanos y sueños imposibles, siempre que mantengamos los pies en la tierra, con cuidado de no elucubrar demasiado con las cosas del comer, con el trabajo, las obligaciones caseras, la gente que nos rodea.

No debe llegar uno al curro cada día pensando en los años que le quedan para jubilarse, ni en lo largo que se le pasa el tiempo. Para esos escenarios hay que ser más prácticos y no permitir que se nos vaya la olla, sino centrarnos en hacerlo lo mejor posible, disfrutar de lo positivo que nos aporta, que siempre hay algo, sean los compañeros, el ambiente o algunas de las tareas en sí mismas.

A la mente hay que hacerla trabajar, sin duda, en grande, a todos los niveles, sin límites, aunque también hay que ser conscientes de que la vida está aquí, ahora, y que el fregaplatos hay que vaciarlo.