Siempre me quedo corto a la hora de cascar el huevo.
Me gusta prepararme uno para desayunar y, a pesar de ese hábito diario, no consigo romperlo a la primera de forma limpia. Si decido aplicar más fuerza, reviento la yema y se me cae toda la cáscara sobre la sartén.
Así somos los humanos, hay quien nunca llega, quien siempre se pasa y el que consigue dejar impecable el huevo en el aceite hirviendo.
Me ocurre a menudo en el trato con las personas con las que no me llevo bien. O me quedo corto, frustrado por no saber defender mi espacio, o destrozo mi mal rollo contra su sartén.
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