Cuando eres pequeño no sabes relacionar un determinado dolor con una caries o una actitud hacia ti como una traición.
Los años van estableciendo esa conexión en la que distinguir dónde está el origen de cada malestar, lo que ayuda a poner a uno en alerta cuando siente ese picotazo desagradable y, de esa forma, establecer las barreras para evitar el daño en la medida de lo posible.
La vida se va volviendo un construir murallas contra los ataques que vienen y vendrán.
La clave está en entender que un exceso de precaución nos vuelve aún más vulnerables, que estar expuestos es un precio necesario a pagar si queremos tener el control de nuestras vidas.
El arte está en conseguir que los muros de defensa no tapen del todo el paisaje.
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