Esta semana ha sido, por circunstancias, de cenas con médicos. Amigos y familiares de los que estoy orgulloso, con los que siempre aprendo.
En muchas ocasiones se disculpan por hablar de asuntos profesionales, cuando yo les incito a todo lo contrario, curioso como soy por saber acerca de cómo enfrentan el reto de luchar contra los rotos de la mala salud.
Lo que ocurre es que su conversación, incluso cuando no se impregna de temas sanitarios, está plagada de una visión del mundo que no tenemos quienes no estamos habituados a tratar a diario con la enfermedad.
En su forma de explicarse, en la manera de mirarte al hablar, en sus risas infantiles hay un toque de humanidad soterrado, desnudo de artificios, carente de tonterías, de lenguaje directo, pegado a la verdad de las cosas.
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