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lunes, marzo 29, 2021

Ridiculizadores

Los que ridiculizan lo sensible suelen ser analfabetos de lo emocional.

No siempre se manifiestan con descaro ni tienen por qué ser mala gente, tan sólo critican lo que envidian, la capacidad en otros de expresar sus sentimientos sin pudor.

Quieren condicionar con risas socarronas, miradas desafiantes o comentarios jocosos. Conforme pasa el tiempo, por suerte, van teniendo menos fuerza, porque la ciudadanía tiene cada vez más respeto al diferente, al que se expresa, al que transmite.

Les incomoda que se hable de todo lo que tenga que ver con el corazón, como visitantes de un país extranjero del que desconocen la lengua.

¿Para qué decir si uno se siente triste o feliz, cuando uno puede hablar de tantas otras cosas? ¿Qué se gana con interesarse por el otro? ¿Para qué complicarse la vida?

Es más cómodo pasar por la vida de puntillas, tragarse para dentro los comecomes y hacer que nada nos conmueve. Si me abro a los otros, conseguiré que los demás se abran a mí. Qué coñazo.

A fin de cuentas, mostrarse transparente es de blandengues.

El día que se caen, porque se acaban cayendo, se dan cuenta del tiempo que han perdido jugando a ser de piedra.

domingo, marzo 28, 2021

David

La noche en que mi madre dio su último suspiro yo le tomaba su mano en la mía, mis hermanas la besaban y mi padre le decía palabras hermosas:

—Rubia, descansa, todos estamos bien. 

Pero David no estaba ahí.

Un chavalito rubio de 14 años que se encontró con el pastel cuando vio bajar por las escaleras del hospital a su padre y sus hermanos en estado de shock.

El niño. 

No le dimos ni siquiera el derecho a ese último beso a su madre. 

'Era muy chico', nos dijimos.

El rubio cayó por un precipicio en los años siguientes. Se rebeló contra el mundo, contra él, mientras la familia se adaptaba como podía a la tragedia. Lo probó todo, lo abandonó todo. La lio mil veces, se perdió otras mil.

Hubo un día en que él solo se fue a buscar ayuda, sin decirnos nada. El hombretón en que se había convertido el rubio se reinventó. Encontró su lugar en el mundo.

Aún mis hermanas lo llaman a diario para ver cómo va.

Él vive en su casa prefabricada en la costa de Cádiz, con su perro. Pasea libre por la playa al amanecer, se conoce todos los caminos de tierra con su bici, vive con lo justo. No quiere más.

Fran y yo nos lo llevamos a cenar cuando bajamos a Conil. Él nos escucha atento, se ríe con todo y transmite paz.

El niño.

Cuando las cosas se complicaron en estos años, más de una y más de dos veces, yo lo buscaba para hablar con él.

Echo mucho de menos a mamá, Borete.

sábado, marzo 27, 2021

Mons

Hay una catedral de piedra azul con la que viví un romance.

Era un período duro de trabajo y pasaba más tiempo en el extranjero que en casa. Al día siguiente tenía que defender un proyecto complejo frente a un auditorio exigente en una fábrica al norte de Francia que no me iba a ser muy indulgente.

Necesitaba abstraerme de todo.

Dejé las cosas en el hotel y tomé rumbo a Bélgica con mi coche de alquiler. Seguí por instinto una ruta que me llevó a la ciudad de Mons. Saqué la novela que leía, El Psicoanalista, de John Katzenbach, y me recorrí el centro histórico maravillado por sus calles empedradas, en una suerte de escapada de mi realidad.

Di con esa catedral. En sus amplias escaleras me senté para viajar a Manhattan. Tenía al doctor Starks aterrorizado con las amenazas de un psicópata y yo proyecté mis angustias en él, me solidaricé con su infortunio hasta olvidar mi jornada estresante del día después.

Entré y salí de la catedral conforme la luz se iba o el frío arreciaba, hasta que horas después cayó la noche y cerré la novela, finiquitada, con el corazón encogido. Ricky, el psicoanalista, ya no volvería a ser la misma persona. Ya se iba de mi vida para siempre.

Sólo estábamos, en esa noche en medio de tantas otras, sin un solo individuo a la vista y con unas pocas luces iluminando las ventanas, Ricky, la catedral azul y yo.

Para nosotros se nos queda.

viernes, marzo 26, 2021

Azahar

Ayer tarde abrí la ventana y ya no quiero cerrarla.

Me esperaban, al otro lado, los naranjos del convento de Santa Clara, para decirme ¡despierta!, para traerme el olor de aquellos años de infancia en que llegaban los días de vacaciones y se presagiaban las tardes largas sin abrigo.

De pronto el ciclo de la vida, potente, para recordarme que todo vuelve. 

Días de sol de temperatura perfecta en que apetece el paseo, la charla y el encuentro con la naturaleza más que nunca en esta vieja urbe, socarrona, clásica y perversa a partes iguales.

La casa ya está llena de azahar, la luz ilumina cada rincón y el cuerpo te pide fiesta, vida, los pulmones se llenan, la sangre se vuelve más roja, los proyectos se hacen más potentes.

Felicidad de formar parte de este espectáculo que acompaña a cada primavera.

Abrí ayer la ventana y no la quiero cerrar.


jueves, marzo 25, 2021

Triunfadores

Me asustan los triunfadores que creen que los demás no lo son porque no quieren.

Me dan miedo los fuertes que desconfían de la naturaleza del débil, que no admiten que se pueda no poder.

Es peligroso no agradecer las cualidades con que se nace, porque no todos tienen la suerte de venir al mundo con un alto coeficiente intelectual, una salud de hierro o un carácter sólido.

No todo se puede trabajar, ni todo se puede conseguir. 

Ese sueño americano ha hecho mucho daño, porque elimina de raíz la posibilidad de integrar al débil, al que no es brillante por mucho que se lo proponga. 

Al que no llega se le pinta con un barniz gris transparente. Deja de contar.

Me incomodan, igualmente, aquéllos que quitan mérito a quien llega lejos, los envidiosos profesionales que no saben mirar su propia vida con ojos críticos y creen que los males del mundo se han aliado contra él.

Admitir que nacemos con capacidades diferentes, tanto unos como otros, es un principio básico para entender el alma humana y así construir una sociedad más justa. No hablo de política, sino de humanidad.

El que triunfa debería ser humilde, el que no llega debería querer aprender.


lunes, marzo 22, 2021

Nombre

Hay un ejercicio sencillísimo para ganar en empatía.

Introducir en tus conversaciones el nombre de la persona a la que te diriges.

Cambiar el '¿qué te pasa?' por un '¿qué te pasa, Gemma?'

Yo lo aprendí de Fran. Él, en cuanto conoce a alguien, ya integra su nombre con frecuencia en la conversación. Esa persona, desde ese momento, se siente mucho más cercana, pierde el anonimato, te escucha con otro gesto, gana en predisposición.

Aprendí tan bien esa técnica, que inundo mis novelas de diálogos donde los personajes se nombran de continuo y eso le chirría a mi amigo Miguel Ángel.

-Salva, te pasas.

Yo me río y le prometo corregirlo, pero chiflo con que mis personajes se llamen a menudo por su nombre, porque me divierte que en los universos que creo la gente se comporte como me gustaría que lo hiciesen en el mundo real.

Gustar

Querer gustar no es malo.

Yo mismo hago por caer bien y no me avergüenzo por ello. Porque caer bien implica un trabajo de fondo en el que busco dentro de mí lo positivo para hacer la vida más fácil a los demás, y a mí me apetece encomendarme a esa tarea.

No hay obsesión, sino ideas claras.

Querer gustar no tiene por qué ser sinónimo de despreocuparme de mí. Más bien al contrario. Al buscar en mi interior lo más atractivo en mi relación con los demás, estoy ejercitándome en la hermosa tarea de ponerme en valor, de quererme.

Darte igual lo que piensen de ti es una cierta forma de rendición. Yo vivo en un mundo social y sí me importa interactuar con luz. No quiero ser invisible. No quiero ser gris.

Quiero que se cuente conmigo.

Querer gustar no implica renunciar a ser tú mismo, sino ser una persona solidaria y atenta a la sociedad con la que convives. Estar abierto a la sonrisa, a la escucha, al sí antes que al no.

No es condicionar tu vida a lo que piensen los demás, sino hacer que tu vida sea coherente con los principios básicos de lo que es universalmente bueno.

A mí me gusta la gente a la que, aunque no lo sepa, le gusta gustar.


domingo, marzo 21, 2021

Veneno

Cuando alguien nos ríe una gracia se nos pone, inconscientemente, cara de tonto.

Estamos desprotegidos ante la vanidad, que es un veneno adictivo que viene muy mal cuando no lo encontramos en nuestro botiquín.

Es peligroso el halago cuando no se tienen las bases sólidas, porque cuando nos dicen qué buenos somos en algo tenemos tendencia a quererlo escuchar a menudo.

Quien no trabaja su conexión con la realidad de las cosas puede acabar endiosado, y volverse un pelma sacando pecho a propósito de lo suyo. De contar chistes, de darle bien a la pelota, de tener siempre una frase ocurrente, de vestir divino o de tener un cuerpo de infarto.

Yo, contradictorio como soy, tengo tendencia a cantar las virtudes de aquéllos a quienes admiro. En el campo que sea. Pero con una condición no hablada, que lo agradezcan. Porque si llego al punto en que le comento alguien lo bien que lo hace y no valora mi comentario, entonces no se lo vuelvo a decir.

Esa persona ya está envenenada.

Querer

Hay días en que pienso ¿cómo me quiere tanto?

Porque esos días llegan, en que sientes que no avanzas, en que te aburres de ti mismo, mañanas en las que vuelves a encontrarte al mismo tipo frente al espejo y que respondes con un buenos días seco a quien te prepara el desayuno.

El amor auténtico, el bueno, perdona los momentos grises, aquéllos en que te sabes fuera de lugar, períodos en que no estás a la altura.

Y ese amor, el bueno, es el que te proporciona el empuje necesario para saber que si te quieren tanto es porque hay algo en ti que está muy por encima de despertares tontos; es el que te hace encontrar el camino para volver a enfundarte el traje de esa persona que, la mayor parte del tiempo, da razones más que suficientes para merecer ese amor del bueno.

Canas

Cada cual es libre de dejarse las canas o de teñírselas.

Me horrorizan las lecciones éticas respecto a las opciones personales que tome cada cual con su físico. Uno se muestra al mundo como quiere, y ninguna forma es mejor que otra. 

Nadie busca su desequilibrio personal, de ahí que se acicale de la manera en que mejor se vea frente al espejo. Que se ponga bótox, se rape el pelo o se tatúe las cejas es tan lícito como despreocuparse por completo de la imagen. No se adquiere mayor autoridad moral por una actitud ni la contraria.

A mí una persona no me gusta por ser coqueta o no, sino por su visión sana del mundo. 

Todo llevado al extremo es malo, sí, pero prefiero no juzgar la personalidad de nadie por cómo se muestre al mundo. 

Si estás feliz con el pelo rosa, por favor tíñete de rosa.

miércoles, marzo 17, 2021

Es que

Hago un esfuerzo cotidiano por no empezar ninguna respuesta por 'es que'.

Si hacemos la cuenta a lo largo del día de las veces que se escucha esa muletilla con la gente cercana, en las tertulias radiofónicas o en la calle, pondríamos muchas cruces en el papel.

Es una manera fea de protegernos, de buscar la excusa antes de responder, opacos, débiles, inseguros, vacíos.

—Es que me olvidé, es que se hizo tarde, es que no me gusta, es que soy tranquilo, es que me da miedo, es que no sé hacerlo, es que me confundo, es que soy así...

Cuando alguien nos pregunta las razones de las cosas, soy partidario de hacer el esfuerzo por contestar de forma directa.

He ganado mucho cuando he retirado de mi lenguaje ese comienzo de frase. Me hace más fuerte.

Las cosas las haces o no las haces, te gustan o no te gustan... y si has fallado, es mejor decir:

—Lo siento.

Que no andar con rodeos.

Ser franco al responder es ser una fuente de luz.

Subjuntivo

Muchos vascos, en castellano, usan el condicional en vez del subjuntivo. Y a mí me produce mucha ternura.

No sé si es porque tiene un sesgo infantil, pero cuando dicen 'si yo tendría suerte' en vez de 'si yo tuviera suerte' a mí ya me tienen entregado.

Este pasado verano, que lo he pasado casi en su totalidad viajando por tierras vascas, tuve la ocasión de comentarlo con un guipuzcoano recio y sabio al que aprecio horrores. 

Román, ¿en euskera existe el subjuntivo? —pregunté, inocente.

Se me paró en redondo, en medio del paseo de Azkoitia por el que caminábamos.

¿Quién te ha dicho semejante tontería?

Entonces le expliqué mi teoría. Yo entendía que al utilizar el condicional, en castellano, era porque hacían una traducción directa del euskera.

En esos mismos días se lo comenté a Josu, mientras nos invitaba a una cena en su casa de Donosti.

Pero, Salva, ¡si nuestro subjuntivo es precioso!

Entonces empezó a jugar con los vasos, los cubiertos y la ensaladera, como si fueran sujeto, verbo y predicado, para explicarnos cómo se construían las frases en euskera. 

—Vamos a simular la hipótesis —me proponía— de que tu quisieras pescado.

Efectivamente, el subjuntivo en euskera es precioso.

Cómo llena el alma que alguien te explique las cosas con pasión.

lunes, marzo 15, 2021

Garnacha

La sugestión, bien usada, es un acelerador de buenos momentos.

Te permite relacionar aspectos cotidianos con emociones intangibles, de forma que una camiseta que te pongas o un ejercicio que practiques te puede sacar del espacio espeso de lo rutinario.

Hubo una noche en que celebrábamos una buena noticia laboral. El camarero, con la carta de vinos en la mano, nos vio contentos y le explicamos la causa de mi felicidad.

No hay mejor uva para festejar algo que la garnacha.

No dudamos en pedir el vino de Calatayud que nos propuso.

—Es un Baltasar Gracián, cien por cien garnacha.

Nos gustó mucho más de lo que nos hubiese gustado sin esa explicación.

No tengo motivos para no pensar en disfrutar al máximo cada comida siempre que puedo, así que busco sí o sí esa uva para celebrar el estar vivo.

Oigo 'garnacha' y subo dos centímetros del suelo.

Gustar

Hay cierta obsesión por gustar, por obtener 'likes' y seguidores.

Tanto es así, que no estar en las redes sociales parece implicar un no existir.

El vértigo lo encuentro en las miles de personas que no ofrecen otra cosa que su físico. Cada dos horas una foto de ellos mismos en un lugar diferente. En casa, en el parque, en el trabajo, cepillándose los dientes, haciendo que duermen, con cara de puchero, con mirada de seducción, como si hubieran cambiado el espejo de casa por el móvil. Y en seguida a contar los 'me gustas'.

La belleza en sí es una cualidad que todo el mundo tiene derecho a explotar. Una sonrisa de dientes blancos no tiene precio, una cara simétrica, barbillas con agujerillo en medio, unos hombros bien formados. Un buen culo. Mostrar un día tus músculos frente al espejo del gimnasio, enseñarnos lo bien que te quedan los últimos pantalones.

El problema es cuando detrás no hay más, porque hasta la belleza cansa.

Que vivamos en un mundo de exhibicionistas y mirones no tiene por qué ser insano, pero lógico no es. Sobre todo porque alimentamos con gasolina muy peligrosa a quien basa su autoestima en la admiración que provoquen las fotos que publica o pierde la suya en función de la lejanía que sienta de las fotos que valora.

Somos fisgones mirando tras el visillo de las redes sociales apretando el botón de quién vale y de quién no.

¿Hasta dónde llegará el juego? ¿Dónde irán a parar esos dioses de pies de barro?

¿Soy yo, sin admitirlo, una víctima más?

sábado, marzo 13, 2021

Verdad

Había un allien dentro de mí que tendía a ocultar la crudeza de las cosas.

Siempre he tendido a endulzar la realidad, sobre todo cuando se trataba de comunicarla a gente querida. No era tanto cuestión de mentir como de modular el relato a partir de jugar con los ingredientes a mi manera.

Esa forma de actuar aprendí a corregirla en el trabajo porque, en mis inicios, para no preocupar a mis jefes y evitar los conflictos, trataba de informar utilizando el tamiz de mi optimismo.

Pronto me di cuenta que así todo se hacía bola y los problemas crecían hasta no existir filtro que pudiera ocultarlo.

Entonces empecé a aplicarlo a mi vida personal. Pasé a basar la comunicación en el tono, sin tocar el contenido. Aprendí a contar las cosas tal como son, a no ocultar nada, a generar confianza no a partir de lo que yo pensaba que la gente quería escuchar, sino a mi habilidad para transmitir la verdad de las cosas con empatía.

Todo se cura, se limpia, se purifica cuando se muestra el mundo tal como es a la gente que te importa. La clave está en hacerlo con cariño.

viernes, marzo 12, 2021

Aluminio

Observar a Fran me transmite paz.

Lo pensaba mientras lo observaba agrupar de dos en dos las rebanadas de una gran pieza de pan de masa madre, para ir envolviéndolas en papel de aluminio, en un rito terrenal de organización de desayunos futuros.

A mí su compañía, además de amor infinito, me procura un enlace al suelo, al mundo de las cosas, a lo tangible, al día a día, en una suerte de abrazo protector frente a lo que yo estoy menos preparado, que no es sino lo cotidiano.

Él es quien sujeta el otro lado del cordel al que voy atado, mientras yo vuelo como un globo por mi mundo reflexivo de querer otearlo todo desde las alturas. Yo, desde allá arriba, siento la confianza total de saber que Fran me sostiene, me protege, me encamina por lugares placenteros, esquiva los vientos, los cables, los pájaros que me puedan pinchar.

Cada cierto tiempo le pido bajar a tierra, porque me gusta estar pegado a él, escuchar sus proyectos atrevidos, sentir sus carcajadas libres de impostura, reírme de sus 'eses' silbantes, comentarle cómo haría yo las cosas, abrazarlo mientras cocina y él me riñe por no saber dónde pongo las cosas.

jueves, marzo 11, 2021

Motivación

El tiempo de trabajo debe pasar deprisa.

Toda otra percepción del mundo laboral propio es mala señal, porque implica desazón.

Recuerdo uno de mis primeros trabajos. De recogevasos en una discoteca. Acababa de cumplir los dieciocho años y quería tener capacidad de viajar, salir, comprar sin tener que pedir dinero a mi padre. Las noches se me hacían eternas. Daba vueltas entre jóvenes borrachos mayores que yo a la búsqueda de la copa vacía. Llenaba una bandeja de vasos, los metía en el lavavajillas y vuelta a la carga.

Ya entonces tuve claro que quería tener un trabajo en el que me sintiera motivado.

La motivación, cuando no viene asociada a un buen trabajo, un buen jefe o una buena empresa, tienes que provocártela tú. Encontrar dos o tres claves que hagan de la jornada laboral un tablero de juego en el que sentirte cómodo.

Las circunstancias de mis últimos meses, con cambio de jefe y estrategia de la empresa al mismo tiempo, me ha descolocado completamente en mi faena diaria, convirtiendo mis jornadas en eternas horas de despiste.

Yo no puedo permitirme desmotivarme, descolgarme, desenchufar del oficio por el que me pagan. Me niego a que mis horas se estiren como chicles, a mirar la hora, a que se me vaya la cabeza en cosas que no tienen que ver con mi presente.

Las empresas para subsistir deben, cada vez más, buscar los alicientes para incentivar a sus empleados. No hay mejor forma de conseguir los objetivos que tener a trabajadores motivados.

Trabajar no debe ser sinónimo de subsistir.

miércoles, marzo 10, 2021

Venecia

Descubrí Venecia como un prófugo a la carrera.

Era la primera vez que viajaba por trabajo a Eslovenia. Había que tratar un tema urgente en la fábrica que tenemos en Novo Mesto y la forma más rápida de llegar era tomar un vuelo a Venecia, donde alquilar un coche para recorrer la costa norte de Italia hasta cruzar la frontera en Trieste.

Desde el avión pude ver la figura majestuosa de la ciudad sobre la laguna y caí rendido.

Tomé el coche en el aeropuerto y, en vez de tirar hacia el norte, giré hacia la ciudad. 

Siempre he sabido escoger la luz cuando se me ha ofrecido la opción.

No sabía cómo entrar ni hasta dónde podía llegar, pero conduje abducido por la belleza de lo presentido. Tras atravesar una carretera sobre el mar, llegué a un punto sin salida. Vi señales de parking por todos lados y en uno de ellos me metí. Un hombre me detuvo, me pidió las llaves y me dio un tiquet. No me dejó preguntarle más. Allí quedó mi maleta, mi ordenador... Y yo salí a la carrera.

Darme de bruces con el Gran Canal fue una experiencia que me elevó el alma hasta la estratosfera. Crucé el primer puente, absorto, y comencé a caminar siguiendo las flechas que indicaban 'Rialto', como en una gimkana en la que tenía que completar el recorrido de la ciudad en tiempo record. Se sucedían iglesias, plazas, puentes, palacios y yo no podía detenerme ni continuar, en un bloqueo taquicárdico hipnotizado por el hechizo. ¡Qué grande era el hombre! Haber construido semejante maravilla. La Vida se hacía sublime en mi trotar por calles que me encerraban para volverme a liberar. Llegué sudado a la Plaza de San Marcos. 

¿Me habrían robado el coche?

Comí, aprisa y corriendo, una porción de pizza mientras trababa de encontrar el camino de vuelta por el lado contrario del mapa. Ya sabía que esa ciudad me esperaría siempre.

El coche estaba en su sitio, pero yo ya era otro.

martes, marzo 09, 2021

Bailecito

De mi padre no escribo porque me duele horrores.

Como si no hubiera existido para nadie, porque lo tengo encerrado en mi pecho hasta que pueda un día respirarlo con la naturalidad de un hijo que no pudo quererlo más.

Queda para siempre enquistada en mí su enfermedad final, esa mirada líquida en que me dijo, sin palabras, aquí se acaba todo.

En nuestra última visita al hospital, caminando despacito por sus pulmones encharcados, llegamos al sitio donde le inyectaron una jeringa para sacarle ese líquido que no le dejaba respirar.

Presumido él, como presumidos somos sus hijos, tuvo que quitarse a regañadientes y sin ayuda la camisa, para que le clavaran una aguja enorme en la espalda.

Esto no va a durar mucho dijo la enfermera. Agárrese a su hijo.

Él, digno, de pie, se abrazó a mí. Yo lo sostuve en mis brazos, pecho con pecho. Notaba su débil esqueleto, y el dolor del pinchazo, sin ser yo quien lo recibiese, su cuerpo tembloroso. Casi que adivinaba ese líquido salir de su cuerpo y abrir sus pulmones. Yo cuidaba de él. Del hombre que había construido el hombre que era yo. Él no podía con sus piernas y yo lo sostenía en mis brazos. Se me balanceaba para un lado y para el otro, incapaz de mantenerse en pie. Yo, tenso, mantenía el equilibrio de los dos. Fueron unos minutos inolvidables. Yo agarraba un saco de huesos que contenía todo lo que yo admiraba y admiraré.

La enfermera dio la intervención por terminada.

Mi padre se soltó de mis brazos y me dijo, con su sonrisa de siempre y un guiño, como si no pasara nada:

Vaya bailecito que nos hemos pegado.

domingo, marzo 07, 2021

Tinta

No olvido nunca a quien me ayudó.

Es fácil encontrar motivos de desencanto en cada una de las personas que han pasado por mi vida, tanto como para ellos resultará sencillo recordar los momentos en que yo no estuve a la altura.

La exigencia hacia los demás hay que aplicarla con mesura.

Si alguien alguna vez me echó un cable, creyó en mí, me escuchó lamentarme o se prestó a estar a mi lado ya tiene un lugar tatuado en mi corazón. No vale pintar con lápiz, y borrar, y pintar, y borrar en función de si esta vez sí o esta vez no. Yo grabo los nombres con tinta.

Luego la vida corre y los arroyos se separan, pero ahí están porque estuvieron.

Me asusta la gente sin memoria para las emociones. 

Yo no sé qué cené ayer, pero sí quien me abrazó hace treinta años.

Concierge

En los edificios viejos de París se mantiene la figura de la concierge.

No sé la razón histórica, pero en la mayoría de los casos lo desempeñan mujeres portuguesas.

Yo tuve la suerte que la mía era de Cuenca. Enjuta, seca y trabajadora, se ocupaba de trasladar los cubos de basura, repartir el correo e informar de las decisiones de la comunidad de vecinos. 

Siempre con un delantal y andares apresurados.

Al saber de mi llegada se presentó con cierta rigidez, mientras su marido, más campechano, buscaba en mí conversaciones sobre fútbol que yo no terminaba de fomentar.

El edificio, en el boulevard de Port Royal, tenía un patio central y había que atravesar un corredor sombrío antes de acceder a él. Allí vivían ellos. Por una cortinilla se podía ver todo el salón y yo, en pleno invierno parisino, podía espiar sin querer cómo veían el tiempo en la Televisión Española Internacional, seguro que añorando los soles que aparecían como huevos fritos en la pantalla.

Yo no quise darles problemas, pero un día manché uno de mis pantalones favoritos. Bajé a su casa y llamé. Ella apareció, rauda.

Verá, es que le tengo mucho cariño a estos pantalones y no sé cómo...

¡Me les dé! dijo, mientras me los arrebataba con energía.

Desde entonces cambió el tono del saludo, casi que había días en que llegué a adivinarle una sonrisa.

¿Va todo bien, señor?

viernes, marzo 05, 2021

Mustapha

Cuando cambié de puesto de trabajo hace un año, me advirtieron:

No te fíes de ese tipo.

Hacían referencia a un compañero al que yo había conocido en tiempos pasados cuando venía a auditarnos a la fábrica y del que guardaba un buen recuerdo.

Durante todo este tiempo de confinamiento, teletrabajo y despiste genérico para afrontar retos que todas las empresas y trabajadores hemos sufrido, ese hombre siempre ha estado ahí. No ha habido una pregunta que le haya hecho que se haya quedado sin respuesta, ni ha rehuido nunca un saludo afectuoso hacia mí.

Quizás tendría que ser más precavido con el que advierte, aquél que denuncia al otro, el que trata de predisponer contra alguien. Quién sabe si con la mejor intención, en un papel de protección que no hemos requerido.

Hace tiempo que aprendí a ir al cine a pesar de las malas reseñas que pueda tener la película que haya decidido ver.

Prefiero opinar por mí. 

Alonso

No era el único español allí, pero él era la estrella.

Nos habían invitado a la boutique de Renault en los Campos Elíseos para la presentación del nuevo monoplaza de Fórmula 1 de Fernando Alonso.

Allí nos presentamos Brigitte y yo, bien maqueados los dos. Gracias a ella habíamos conseguido unas invitaciones muy codiciadas y era reducido el número de personas que esperábamos a que se abriese el telón para que apareciese el piloto asturiano y su bólido.

Nos soltó un discurso en inglés, entre vídeos espectaculares, y pasamos al cóctel en la planta alta.

Dile algo, Salva me insistía Brigitte. Es tu paisano.

Yo me hacía el loco. Ya me sentía afortunado con mi copa de champán, la gente guapa y las conversaciones triviales en esa noche impecable. Todos los corrillos se formaban en torno a él.

Cuando el alcohol había subido, Brigitte se desinhibió con un grito.

¡¡¡Fegggnando!!!

El hombre se giró y se encontró de bruces con Brigitte, vestida de turquesa, y un Salva enchaquetado que no sabía para dónde mirar. Se acercó a nosotros.

Aquí tienes a Salva, tu compatriota —y se quedó tan pancha.

Él me dio un abrazo, quizás por sus nervios de recién llegado a mi empresa, y me preguntó qué tal me iba por París. 

Entonces comprendí la felicidad infantil que produce vivir momentos de los que vas a fardar.

¿Dónde habré metido ese selfie que nos hicimos?

lunes, marzo 01, 2021

Yema

Me gusta dejar la yema para el final.

Así tengo organizada mi vida y no me ha ido mal.

Lo que más me gusta del huevo es la yema, y la rodeo antes de atacarla con el tenedor, distraído con las patatas, los guisantes, el jamón o la cebolla. El premio final está ahí, como incentivo. 

Siempre puede uno ir directo a lo que más satisfacción produce y obviar el resto. Pero el resto está ahí, amenazante, sugerente, provocador.

Creo que no es bueno hacerse el loco e ir por la vida picando sólo de aquello que te produce satisfacción. Ir deprisa es mala compañía. 

Estos tiempos son de ir deprisa, de querer enamorar sin trabajártelo, de publicar libros sin aprender a escribir, de conseguir más seguidores sin saber qué ofreces. De esculpir egos huecos, sencillos de resquebrajar.

¿Qué se aprende conquistando cimas de montañas en helicóptero?

Arrojo

El arrojo es un perfume que seduce más que cualquier atractivo físico que se pueda dibujar.

Una persona segura de sí misma es un roca en el mar a la que se quieren agarrar todos los que navegan a la deriva.

Nadie nunca tiene siempre las cosas claras, lo que no es óbice para que sí exista gente con las hechuras construidas para enfrentar las dudas sin desmoronarse.

Si cierro los ojos y pienso en amigos o conocidos interesantes, brillantes o con los que me apetezca estar, aparecen personas queridas que cumplen con ese requisito. Transmiten confianza en ellos mismos, tienen unos principios básicos claros, mantienen la mirada en la conversación y no titubean para llenar el espacio con silencios. Hablan de sus miedos sin avergonzarse.

Son rocas en mi mar.

Todo esto se trabaja desde la observación de uno mismo. Nadie nace con los pies clavados al suelo. Y nadie los asienta bien si va todo el día de un lado para otro.

Para ser roca en el mar hay que encontrar un sitio claro donde hacerse fuerte, no vale buscar hoy el sol y mañana la ola, no se puede querer estar cerca de tierra firme y perdido en el horizonte.

Y si alguien a quien quieres comienza a perder su sitio, abrázalo, mantenlo quieto, recuérdale qué es lo que hizo que un día sus bases estuvieran bien firmes ancladas en el fondo del mar. Díselo, porque todos tenemos derecho a perder el norte.