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salvador-navarro.com

sábado, noviembre 30, 2013

Intruso

El jueves se cumplieron diecinueve años desde que un 28 de noviembre del 94 entrase a trabajar en Renault.

Media vida consagrada a una empresa que me ha permitido desarrollarme como persona, con la dignidad que implica el trabajo realizado con honestidad y un objetivo social claro de seguir manteniendo tantos cientos de puestos de trabajo en una ciudad donde el paro, desgraciadamente, es moneda común.

Hay días, como el de ayer viernes, en que un ajuste de producción para llegar a fin de año con los stocks precisos, nos lleva a cerrar las puertas en un día laborable, algo excepcional a lo que no estamos acostumbrados en una fábrica como la nuestra, que cada día va ganando más proyectos y futuro.

Cuando nos regalan esos días, al menos a mí, es como si me introdujesen como un intruso en la cotidianeidad matutina de una ciudad en jornada laboral a la que no estoy acostumbrado, provocándome una felicidad infantil de puro nervio, en que quiero disfrutar de cada hora como si se me fuese la vida. Pasearla en moto, desayunar por el centro, hacer compras, recorrer las calles observándola con la ingenuidad de quien subconscientemente se ve haciendo rabona; aprovechar para correr junto al río, pasear el parque, visitar edificios históricos que sólo abren de lunes a viernes, sentirme un jubilado cuarentón en plenitud.

Intruso por un día.

martes, noviembre 26, 2013

Blanchett

Acudir a una película de Woody Allen siempre me ha supuesto algo más que ir al cine.

Una cita anual que no me pierdo, como tradición laica de inmersión en el mundo de este creador satírico, narrador impertérrito de la realidad humana, que no necesita salir de su época ni sus paisajes urbanos para contarnos conflictos universales donde el hombre, y sus debilidades, conforman el núcleo central de su obra.

Sin evitar nunca la sonrisa ni eludir el drama, esa voz personalísima llegó a extremos de perfección en la composición de historias como Match point, Hanna y sus hermanas o Manhattan.

Sin embargo, la última película de este cineasta único, A Roma con amor, me supuso una decepción de tal calibre que creí comprender en el final de una carrera inolvidable. Un guión deslavazado hacía pasear sin gracia a personajes arquetípicos por una Italia kitsch, dando a entender que el neoyorquino no es director de climas sureños.

Por eso este sábado, cuando nos sentamos en una sala casi vacía de un centro comercial de Chiclana a ver Blue Jasmine, tenía la sensación de quien está disfrutando de los últimos retazos del genio, dispuesto a perdonarlo todo aunque incrédulo ante la posibilidad de volver a reencontrarme con el Woody Allen que me subyuga.

Y apareció Cate Blanchett, esta australiana versátil de ojos claros que llena de por sí la pantalla en cualquier película, para demostrar con su exquisita profesionalidad que Allen está lejos de la retirada, componiendo sin ninguna fisura el retrato de una mujer ambiciosa destrozada, sin futuro, que lo ha disfrutado todo a base de mirar para otro lado cuando su marido, un corrupto financiero sin escrúpulos, le iba colocando joyas en sus muñecas a cambio de su firma sin antecedentes, su belleza de escaparate y el agradecimiento hacia quien se sabe con el poder.

Cate Blanchett demuestra en este film la grandeza del oficio del actor, haciéndote sentir lástima, entendiendo sus errores, admirando su capacidad de empezar de cero, lamentando el destrozo que a veces consigue que una persona nunca pueda volver a atravesar la línea de vuelta hacia la dignidad.

Me senté en el cine vacío sin saber que Blanchett iba a hacerme disfrutar, de nuevo, del mejor Allen.



jueves, noviembre 21, 2013

Arisco

Hay veces en que uno se queda estupefacto cuando analiza su propio comportamiento ante situaciones imprevistas, momentos en que no da tiempo a utilizar el raciocinio y te delatan tus instintos.

Veo pocos placeres similares a tomar una bici las mañanas de los sábados, pasearme la ciudad aletargada con el sol temprano de primera hora hasta el VIPS de República Argentina, comprar El País, pedirme un batido de chocolate blanco -insuperable, artesanal- y un croissant tostado con jamón york y queso (¡sin bechamel!) y saber que durante un determinado tiempo éste no existirá, flotando en la nebulosa de dejar de ser yo para viajar a las preocupaciones de otros países, meditar reflexiones de intelectuales acerca de nuestro mundo político o bucear en la biografía de algún escritor admirado que, sin estarlo previsto, se vuelve una necesidad de lectura futura.

En esas estaba yo, en el instante previo en que comenzaba a adentrarme en esa cueva personal de felicidad total, cuando al sentarme en mi sillón de eskai para pedir el goloso desayuno me encontré, de bruces, con un antiguo compañero de la fábrica, ya jubilado, con el que compartí muchísimas horas de trabajo en el pasado. Un hombre que ni me cae bien ni mal, que leía la prensa a tres metros frente a mí.

Como un gato, fui levantándome fijando mi mirada en él, que seguía con su lectura -seguro que en su propio túnel atemporal- sin levantar la cabeza.

Como una serpiente, sin hacer ruido, fui rodeando su mesa hasta conseguir escapar de allí y situarme, de espaldas, en mi propia trinchera.

Cuando ya estaba a salvo, con toda la parafernalia montada en mi cuartel general provisional y daba el primer sorbo al batido, me planteé cómo un tío tan mayorcito puede llegar a ser tan infantil y arisco.

viernes, noviembre 15, 2013

Miguel

Ayer al mediodía celebrábamos el primer añillo de Ricardo y Manuela.

Sus padres, Nuria y Miguel, nos invitaban a una comida en El Gallinero para festejar el placer que les ha supuesto, nos ha supuesto, la llegada de estos dos críos.

En un momento dado del almuerzo, Miguel contó otra vez una historia, aderezada de emoción, que a mí me enorgullece especialmente oír de sus labios.

No hacía mucho que acababa de romper con la historia de amor que le trajo a vivir a Sevilla, años que hicieron que este portugués surfero y sensible se integrase en nuestras vidas como alguien imprescindible. Era verano. Cada uno de vacaciones en nuestros rincones, él se había ido con su familia a Oporto.

Miguel no contaba, sin embargo, con que se acercaba mi cumpleaños. Yo no contaba, por mi lado, con la idea que rondaba en su cabeza de no volver a Sevilla.

Le envié un mensaje conciso a su móvil:

'Cuento contigo para mi cumple, Miguel'. Lo celebraba en Conil.

Ayer narraba Miguel cómo ese mensaje le hizo olvidar cualquier estrategia de resignación. Tomó el coche y bajó directamente desde Oporto para presentarse en mi fiesta.

'De no ser por Salva, no hubiera vuelto a Sevilla'.

Le gusta contarlo y a mí me sigue entrando un cosquilleo al oírlo. Porque luego vino Nuria, otra delicia de persona que se ha hecho enorme en nuestras vidas, y esos dos pequeños que son fruto, me hace mucho bien pensar así, de ese mensaje de móvil.

'Cuento contigo, Miguel'

martes, noviembre 12, 2013

Whatsapp

Hacía tiempo que no veía a Patty.

Las cervezas, con la rapidez de quien quiere contarse todo en poco tiempo, sirvieron para confirmar mi admiración por esta mujer de agallas que un día escapó buscando una nueva vida que supo encontrar muy lejos de lo fácil.

Me habló de Andrius, del eterno gris de Londres, de sus decisiones laborales, racionales y contundentes, de María, de Mariángeles, de la gente que se ha cruzado por nuestra vida. Se interesó por mis proyectos, con esa mirada de quien sabes que te escucha de corazón.

Fran le pidió anotar algo, en ese tiempo precipitado, proponiéndole enviarle información por...

'No tengo Whatsapp'.

De hecho lo tuvo y prescindió de él. Le agobiaban los mensajes acumulados que implicaban la necesidad de respuesta, los compromisos adquiridos sin iniciativa propia, la carga de obligaciones contraídas y las llamadas por realizar.

Patty te lo decía así, sonriendo, reivindicando una libertad que es distinta de la de tantos...

La vi tan linda como siempre, con su carilla infantil, la fuerza de su empuje, cierta melancolía del sur...

Y ligera de equipaje.

lunes, noviembre 11, 2013

La rabia

Cada vez estoy más convencido de que la felicidad la dan, en su justa medida y sin que lleguemos a levitar, los años.

Yo, que valoro a la gente apasionada y que me gusta que me definan como tal, entiendo que no es buena consejera la rabia para afrontar situaciones complejas.

No han sido pocas las veces en que me he lanzado a la yugular de personas impresentables, que me han hecho daño, en que he salido escaldado.

Los cambios, las mejoras, los proyectos, los retos hay que construirlos con cabeza, aunque lo que nos mueva a evolucionar sea la pasión.

La gente torticera y gris se mueve bien entre turbulencias, es su campo natural de juego, del mismo modo que los desafios importantes requieren concentración para no acabar a la deriva llevado por las decisiones tomadas por un impulso descontrolado.

Las cosas bien hechas no se suelen conseguir desde la improvisación ni se ganan batallas sin estrategia.

Los años me dicen que las mejores partidas las he jugado con calma, la mente fresca y un corazón de hierro. A las personas o situaciones provocadoras les cae muy mal encontrarse con personas de bases firmes.

Son tantos días los que pienso que mis proyectos futuros se podrían haber ido al traste de haberme dejado arrastrar por la rabia... que me asusto, resoplo y me contengo.

miércoles, noviembre 06, 2013

Tiempos

El equilibrio en una vida personal puede encontrarse en una buena gestión de los tiempos, sujetos a diferentes escalas marcadas para organizar nuestro día a día.

Si uno sólo trabaja a una escala, donde las unidades sean únicamente los días, o por contra lo sean los años, acaba frivolizando en demasía la existencia o dramatizándolo todo en una carrera a ninguna parte.

No es fácil ser capaz de disfrutar del momento como si la vida se acabara mañana y en paralelo tener una visión clara de futuro. Pensar a menudo en el qué será de nosotros es agotador e insano, no pensarlo te convierte en una persona sin criterios ni estrategia vital, impersonal, al capricho de los vientos.

Todos, afortunadamente, abrazamos diferentes escalas, aunque es gracioso pensar en personas concretas, con nombres y apellidos, que viven en el desequilibrio de no saber ponderar las vivencias en su justo término, a quienes el mundo se les cae encima por cada pequeña decisión a tomar o aquéllos que se ríen del mundo, incapaces de comprometerse en nada de valor.

El drama de la vida vista desde bien lejos, reducida a una línea pequeña con tres acontecimientos realmente definitorios, u observarla desde bien cerca, donde el detalle tan cercano del placer inmediato te hace olvidar el espacio en el que todo se desenvuelve. Lo íntimo y lo superfluo, lo pesado contra lo liviano, la ambición frente a la rutina, ver tu existencia en un guiño de ojos o guiñar el ojo para sacarte una sonrisa.

La consecución del equilibrio es saber, tarea difícil, pasar de un lado a otro, trascender e ironizar, con la sencillez de quien es consciente de que no hay verdades absolutas.