Pero esos casos son excepcionales para mí, porque tengo una medicina mejor para caer redondo. Los libros.
No es desprecio hacia ellos, sino alabanza por conseguir bajarme la tensión a los tobillos y conectarme con la parte de mí que más me gusta, la de observador del mundo.
Al salirme de mí para adentrarme en espacios ajenos, me olvido de lo que me impide relajar músculos y mandíbula, hasta que, por arte de magia, mis ojos se empiezan a cerrar allí donde me llevó ese narrador que me quiso rescatar de mis comecomes.
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