Me explicó que su padre conoció a un apicultor, al parecer en ese país son grandes conocedores del mundo de las abejas, que le trató con mucho cariño durante un viaje de formación.
Muchas veces, las opiniones que nos formamos acerca de un país tienen que ver con la experiencia compartida con tan solo una persona.
Es cierto que yo, en mis tiempos en París, me hice amigo de un nicaragüense interesantísimo, a quien me encantaría volver a encontrar. Un tipo culto, sereno, gran conversador, que hace que escuchar la palabra Nicaragua me lleve a él y mis pulmones se llenen de buen rollo.
Rumanía la he visitado decenas de veces por cuestiones laborales y en mi cabeza he compuesto la imagen de una sociedad discreta, hierática, hasta cierto punto inaccesible, humilde y precavida, servicial, educadísima, lejana a los clichés racistas que circulan por determinados ámbitos de nuestro país.
Tras varios años sin ir, mañana vuelo a Bucarest, a la que una vez más llego con los ojos abiertos a contagiarme de lo mejor de los rumanos, de esa visión positiva que tiene mi amigo gracias a un viejo apicultor.
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