Hay que tener mucho arte para dar un consejo sin parecer prepotente.
Una sonrisa ayuda.
El otro día le decía a un compañero de trabajo que era un manojo de nervios.
—No paras quieto un momento cada vez que hablamos.
—Es que tengo muchas cosas en la cabeza.
—Y yo —me atreví a decirle—. Pero cuando estoy contigo, estoy contigo.
Y le sonreí.
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