Los bebés son los únicos humanos que miran sin pudor a los ojos de los desconocidos.
Cuánto no nos vamos contaminando después para llegar al punto en el que un cruce de miradas se convierte en una experiencia excepcional.
A mí me gusta aceptarles el reto, cuando estoy en la cola de Correos o sentado en una terraza de playa. Juego con esos renacuajos a ver quién aguanta más, pero ellos parten con ventaja, porque se chupan el dedo de los pies, se tiran de los pelos de la cabeza, se ríen a carcajadas mientras que yo, pendiente de que no me vean sus padres, acabo por bajar la vista al suelo.
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