—En el terreno de la cardiología, tienen los medios de hace diez años, Salva —me decía, este fin de semana, un buen amigo, ingeniero sanitario, respecto de la medicina privada—. No quieren invertir ni las grandes compañías hospitalarias, ni las aseguradoras, mientras no sea imprescindible.
Especialista en tecnología para cirugía en problemas ligados a arritmias cardíacas, bregado en trabajar a diario con médicos de ambos lados, me confirmaba que el material más avanzado está en la Seguridad Social, donde operan a ciudadanos, sin distinción de clases, a los que no ven como clientes.
—En los hospitales de pago, cada operación la realizan con lo mínimo indispensable. Les tiene que salir rentable.
Se trata de un negocio, copado de profesionales preparados y, en muchos casos, mal pagados en la sanidad pública. Pero un negocio, a fin de cuentas.
Sus clientes ideales son los pacientes sanos, jóvenes y con dinero. No se te ocurra haber tenido un cáncer, una cardiopatía o una enfermedad autoinmune, porque se ríen en tu cara si quieres sacarte un seguro.
No somos conscientes de que todo el dinero que se invierta en lo privado es una forma de no invertir en lo público, para que así, al final, digamos que no hay más remedio que tener una compañía médica de la que tirar.
Cuando nos demos cuenta, será demasiado tarde.
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