Fran y yo pasamos tardes enteras sin apenas hablar, cada cual viajando en sus mundos personales. Basta un gesto, una risa, una mirada para sabernos ahí.
Profundamente unidos.
Hablar por hablar devalúa a la palabra, le quita importancia, la ningunea.
Las charlas, largas, las reservamos para esos momentos en los que los dos nos sabemos concentrados en el otro. Cenas, paseos, tumbadas de sofá, esos ratos divinos en que llegamos de trabajar y nos contamos cómo nos ha ido.
Yo no podría vivir con alguien que me fuera relatando cada idea que se le pasara por la cabeza.
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