El fin de semana pasado fuimos a ver 'El Conde de Montecristo' en sesión matinal. Una gozada de película francesa, de factura impecable. Un disfrute que removía las neuronas de esos largometrajes clásicos que solíamos ver de pequeños.
Fuimos los últimos en entrar a la sala y, al llegar, percibí a varios espectadores sin compañía.
Me gusta ver a esos cinéfilos solitarios, a comensales sin compañía en un restaurante, a paseantes sin rumbo por la ciudad. Gente que se niega a no disfrutar de su ocio pese a no tener con quien compartirlo en el momento en el que le apetece.
De jovencito, me escapaba al cine sin amigos y sudaba hasta que apagaban las luces. Mi inseguridad me hacía pensar que los demás me señalaban con sus miradas.
Tardé en descubrir que a la gente le importa un pimiento tus miedos.
Nada, y menos la soledad, nos debe impedir disfrutar de lo que nos gusta.
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