x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

domingo, septiembre 15, 2024

Ceviche

La comida peruana, para mí, es como una película de terror. Me fascina y me horroriza al mismo tiempo.

Esos ceviches coloridos de sabores tan ácidos que te hacen cerrar los ojos y apretar los labios hasta que pasa el punto crítico en el que te planteas ¿me gusta o lo detesto?

El paladar español no está hecho a determinadas propuestas, pero el mío todavía menos.

Recuerdo los meses que estuve trabajando en México. Iba a la cantina de la fábrica y suplicaba a la camarera que me sirviera algo que no picase.

Esto seguritísimo que no pica, señor.

Entonces me iba con la bandeja a mi mesa y, ya con el primer bocado, empezaba a llorar.

Recuerdo una escena antes de poner rumbo de vuelta a Madrid, en la que dos mujeres abrían sus maletas para mostrarse entre ellas todos los botecitos de tabasco, chile y similares que se llevaban desde México.

—En España —decían—, todo sabe a nada.

Diosa de la glucosa

La diosa de la glucosa nos ha cambiado la vida.

Hartos de escuchar críticas a los millones de influencer que nos dicen qué debemos comer o no, o en qué postura debemos dormir, aparece esta francesa en mi vida que me convence de todo lo que he hecho mal desde pequeño. 

Ese goloso que habita en mí y se ponía hasta arriba de zumos, croissants y dulces cada despertar, y se quería morir a media mañana cuando el pico de glucosa se venía abajo como quien cae de un precipicio, sucumbió a los poderes de esta mujer.

Desde hace un tiempo, me dejo guiar por sus consejos y me siento mucho más en forma. De hecho, he convencido a Fran de las bondades de sus propuestas.

Todo lo bueno que nos pasa tiene que ver con ella.

Así que, como en una experiencia religiosa, cada vez que nos preparamos de comer o vamos a un bar a tapear nos miramos y, a veces, nos decimos.

Hoy nos riñe la diosa.

Bebés

Los bebés son los únicos humanos que miran sin pudor a los ojos de los desconocidos.

Cuánto no nos vamos contaminando después para llegar al punto en el que un cruce de miradas se convierte en una experiencia excepcional.

A mí me gusta aceptarles el reto, cuando estoy en la cola de Correos o sentado en una terraza de playa. Juego con esos renacuajos a ver quién aguanta más, pero ellos parten con ventaja, porque se chupan el dedo de los pies, se tiran de los pelos de la cabeza, se ríen a carcajadas mientras que yo, pendiente de que no me vean sus padres, acabo por bajar la vista al suelo.

Préveza

Aprovechando una cena relajada la última noche de la semana de trabajo en Bucarest, Fernando ironizó con nuestro compañero Ahmet, turco, acerca de la batalla de Lepanto.

¿Te suena de algo ese nombre? —le preguntó, con la alegría que dan dos copas de vino—. Os dejamos sin barcos.

Ahmet puso cara rara y se metió en internet para leer un resumen de lo que ocurrió en ese gigantesco conflicto naval junto a la ciudad griega.

Entonces, sin levantar el tono, nos preguntó si no conocíamos el combate de Préveza.

Fernando y yo nos miramos, perdidos, antes de lanzarnos a descubrir en nuestros móviles que los turcos nos dieron una buena tunda en esa batalla, unas décadas antes de nuestra más llamativa victoria.

A cada pueblo nos educan para que memoricemos todas nuestras hazañas y nos esconcen bajo la alfombra aquello que no hicimos tan bien.

Lo hermoso es que podamos hablarlo, hoy, entre risas, entre turcos y españoles.

Marsella

Antes y después de tomar el barco hacia la isla de If, en cuyo castillo estuvo preso el conde de Montecristo, Fran y Raquel pasaron un buen tiempo en una jabonería del viejo puerto de Marsella.

Yo, poco dado a ese tipo de establecimientos, me lo pasé oliendo todas las esencias de pastillas en forma de manzana, limón o tabletas de chocolate.

¿Os decidís? les pregunté.

Fran miró unos paños de cocina una y otra vez, volvía a por los jabones, tomaba uno para cambiarlo por otro.

Compra los trapos, Fran le dije. Van a durar mucho tiempo y cada vez que nos limpiemos en ellos las manos nos acordaremos de estos días de sol marsellés.

Así está siendo, cada mañana, desde entonces, al prepararnos el desayuno. 

Tenemos a Montecristo en casa.

sábado, septiembre 14, 2024

Tableta

Ayer, ya sentado en el avión en mi vuelo Bucarest-Sevilla, fui a tirar de mi libro electrónico para amenizar un viaje de 4 horas.

¡No estaba en mi mochila!

Me levanté, bajé por la escalerilla, me planté en la pista y me atendieron.

-Ha desaparecido mi tablet -denuncié.

Me trataron de muy buenas maneras. Alguien por el walkie llamó al control de seguridad. 

Yo lo veía claro, me hicieron quitarme los zapatos en el escáner, perdí la pista a la bandeja con mis cosas en el control de rayos y alguien, tal vez la chica rubia con un moño grande que iba delante de mí, aprovechó para hacerse con mi ebook.

-Señor, desde Vigilancia me dicen que no ha aparecido nada.

Volví a subir al avión, mosqueado. Traté de localizar a la rubia del moño en vano.

Ya en Sevilla, llegado a casa, busqué el cargador del móvil entre mis cosas y, ¡sorpresa!, apareció la tableta metida en un bolsillo escondido.

Me subió un calor repentino de vergüenza propia.

¡Cuántas veces no calumnianos sin motivo!

viernes, septiembre 13, 2024

Comegatos

Lo grave no es ya que muestre su soberbia en cada ocasión en que se le da la oportunidad, o que esté condenado por comportamientos delictivos contra las mujeres, o que base su lucha contra la inmigración en que las personas que llegan a Estados Unidos buscando una vida mejor se coman a los perros y a los gatos. 

Ignorantes narcisistas siempre ha habido, personajes ridículos también.

Lo que de verdad preocupa es que un cincuenta por ciento de la sociedad estadounidense se plantee votarlo.

¿A qué punto de desconexión con la realidad ha llegado nuestra civilización?

Parece que la gente vota a la peor de las opciones por ver si se va todo a tomar por saco.

Entiendo que haya quien esté desesperado, quien no llegue a fin de mes, quien no tenga ganas de vivir, quien crea que el mundo es un espacio inhóspito, lo que no soporto es pensar que nos quieran destrozar la vida a los demás por no verle sentido a las suyas.

Somnífero

Aunque duermo como un niño pequeño, hay días infames de trabajo en los que no me libro del diazepam al caer en la cama de noche. 

Pero esos casos son excepcionales para mí, porque tengo una medicina mejor para caer redondo. Los libros. 

No es desprecio hacia ellos, sino alabanza por conseguir bajarme la tensión a los tobillos y conectarme con la parte de mí que más me gusta, la de observador del mundo.

Al salirme de mí para adentrarme en espacios ajenos, me olvido de lo que me impide relajar músculos y mandíbula, hasta que, por arte de magia, mis ojos se empiezan a cerrar allí donde me llevó ese narrador que me quiso rescatar de mis comecomes.

domingo, septiembre 08, 2024

Comodidad

No siempre me resulta cómodo escribir este texto diario.

Lo hago desde hace años sin faltar a la cita, salvo un breve período por enfermedad.

Sé que hay días en los que estoy más lúcido, otros menos afortunado, que hay tardes en las que te saco una sonrisa y otras en las que te provoco incomodidad. Soy consciente de que algunas veces no llego a la altura de lo que espero de mí, tanto como en ocasiones me siento feliz de haber transmitido con soltura sensaciones que me persiguen desde mi infancia.

Disfruto y sufro al escribir estos pequeños fragmentos de mi realidad. Me expongo mucho personalmente, me presiono para no faltar nunca a la cita, rebusco en el mundo que observo, en mi interior, en el sentido de la vida, para provocar en ti una reacción.

Ni más ni menos que el oficio de escribir.

¿Qué sentido tiene este esfuerzo? ¿Lo hago por buscar tu aprobación? ¿Por comprobar cuántos corazones y comentarios he conseguido esta vez? ¿Por vanagloriarme de las veces que se ha compartido?

Lo hago por crecer como narrador, al tener la fortuna, y el acierto, de haber creado esta ventana a la que muchos de vosotros os asomáis y a través de la cual me enseñáis, cada día, a contar mejor las historias.

Vuestras palabras son la mejor guía, incluso cuando son duras.

Porque el título de escritor no te lo concede ninguna universidad, sino que te lo dan aquellos que quieren saber qué les vas a contar, los que preguntan cuándo saldrá tu próxima novela, los que tienen un hueco en su biblioteca para ti.

Y yo quiero ser escritor. 

No hay profesión más hermosa.

Seguridad

Cuando en un bar te preguntan tu opinión tras cada plato que consumes, te están mostrando honestidad.

Te puede haber gustado más o menos, pero al recabar tus sensaciones te están diciendo que ellos se sienten seguros de su forma de cocinar, de presentarte el plato, de atenderte.

En aquellos lugares donde te los retiran sin mirarte a los ojos, más aun cuando lo has dejado sin terminar, mal.

A mí, cuando me escriben para decirme que han acabado de leer una de mis novelas, me gusta preguntar qué les ha parecido.

Me expongo a que me digan que les ha horrorizado, pero horror me daría no interesarme por lo que han sentido al leerla.

Cine

No hay obra creativa que triunfe que no se sostenga en un potente mensaje.

La recién galardonada película del gran Almodóvar en Venecia, que estoy impaciente por disfrutar, lo hace sobre la defensa de la eutanasia. Podría haberlo hecho justo sobre lo contrario, pero tiene que haber una idea-fuerza detrás, que dé sentido al proyecto.

No hace mucho veíamos la última propuesta del gran Álex de la Iglesia, con quien tanto disfrutamos con 'La Comunidad' o 'El día de la Bestia', y nos quedamos desamparados. 'El cuarto pasajero' es cine infumable, sin pies ni cabeza, una historia que apunta muy bien en sus primeros diez minutos y que se va cayendo estrepitosamente, pese a la calidad de sus actores, hasta llegar a un final sin sentido.

Siempre tengo presente en mis novelas esa premisa. No puedo empezarla, por mucho trabajo que le dedique, si no sé qué es lo que quiero transmitir, por respeto a mí mismo y al lector que confiará en mí.

sábado, septiembre 07, 2024

Rumanos

En mi familia tenemos buena imagen de los rumanos me dice un compañero que viajará esta semana conmigo a Bucarest.

Me explicó que su padre conoció a un apicultor, al parecer en ese país son grandes conocedores del mundo de las abejas, que le trató con mucho cariño durante un viaje de formación.

Muchas veces, las opiniones que nos formamos acerca de un país tienen que ver con la experiencia compartida con tan solo una persona.

Es cierto que yo, en mis tiempos en París, me hice amigo de un nicaragüense interesantísimo, a quien me encantaría volver a encontrar. Un tipo culto, sereno, gran conversador, que hace que escuchar la palabra Nicaragua me lleve a él y mis pulmones se llenen de buen rollo.

Rumanía la he visitado decenas de veces por cuestiones laborales y en mi cabeza he compuesto la imagen de una sociedad discreta, hierática, hasta cierto punto inaccesible, humilde y precavida, servicial, educadísima, lejana a los clichés racistas que circulan por determinados ámbitos de nuestro país.

Tras varios años sin ir, mañana vuelo a Bucarest, a la que una vez más llego con los ojos abiertos a contagiarme de lo mejor de los rumanos, de esa visión positiva que tiene mi amigo gracias a un viejo apicultor.




Palabra

Se sobrevalora la palabra respecto al silencio, cuando uno puede estar mucho mejor acompañado con alguien con el que no es necesario llenar de frases hechas las horas en común.

Fran y yo pasamos tardes enteras sin apenas hablar, cada cual viajando en sus mundos personales. Basta un gesto, una risa, una mirada para sabernos ahí.

Profundamente unidos.

Hablar por hablar devalúa a la palabra, le quita importancia, la ningunea.

Las charlas, largas, las reservamos para esos momentos en los que los dos nos sabemos concentrados en el otro. Cenas, paseos, tumbadas de sofá, esos ratos divinos en que llegamos de trabajar y nos contamos cómo nos ha ido.

Yo no podría vivir con alguien que me fuera relatando cada idea que se le pasara por la cabeza.


miércoles, septiembre 04, 2024

Brad

Hay un restaurante cerca de Conil atendido por Brad Pitt.

Cómo se mueve, cómo gesticula, cómo imposta la voz, cómo se abrocha la camisa, sus andares, su palmito. Encantado de haberse conocido. Físicamente no hay nada en él que destaque, ni tiene un cuerpo griego, ni una buena cabellera, ni una sola cualidad de las que definen los cánones de belleza. Más bien es del montón, como la mayoría de los mortales. A él le da igual. Él es un Brad.

No se encuentran a menudo, pero aparecen por cualquier sitio. Gallitos de pelea que se sienten pavos reales. Que no prestan demasiada atención a nadie porque están concentrados en sí mismos.

¡Ese tupé! ¡Ese garbo!

No son antipáticos ni asociales, porque se encuentran más que cómodos en su propia piel. ¡Olé por ellos! 

Cuando menos te lo esperas, ahí están.

Son los Brad.

lunes, septiembre 02, 2024

Coñazo

Hay gente a la que ves dos segundos y ya sabes que son un coñazo. 

Es suficiente un gesto, una frase, un resoplido para adivinar que te va a dar el viaje en tren, el paseo por el campo  o la visita guiada a una ciudad.

El caso es que ellos se dan cuenta de que los observas y se vienen arriba. Más alto hablan, más gesticulan, menos se controlan, encantados de ser protagonistas, sin darse cuenta de que lo son por insoportables. 

¿Quién se atreve a mostrarles su realidad?

Montecristo

El fin de semana pasado fuimos a ver 'El Conde de Montecristo' en sesión matinal. Una gozada de película francesa, de factura impecable. Un disfrute que removía las neuronas de esos largometrajes clásicos que solíamos ver de pequeños.

Fuimos los últimos en entrar a la sala y, al llegar, percibí a varios espectadores sin compañía.

Me gusta ver a esos cinéfilos solitarios, a comensales sin compañía en un restaurante, a paseantes sin rumbo por la ciudad. Gente que se niega a no disfrutar de su ocio pese a no tener con quien compartirlo en el momento en el que le apetece.

De jovencito, me escapaba al cine sin amigos y sudaba hasta que apagaban las luces. Mi inseguridad me hacía pensar que los demás me señalaban con sus miradas.

Tardé en descubrir que a la gente le importa un pimiento tus miedos.

Nada, y menos la soledad, nos debe impedir disfrutar de lo que nos gusta.