Fran insistió en que viésemos un reportaje que yo me había perdido acerca de Corea del Sur.
Nos colocamos con mantas en el sofá y lo disfrutamos.
Al ser un país que conozco, por trabajo, comenté imágenes que me recordaban mis días allí.
Todo se resumía en el poder de la K (Korean Power), en cómo un país ha ido integrándose en la cultura de Occidente a través de la música, la comida, lo audiovisual... Una manera mucho más inteligente de hacerlo que a través del matonismo de otros países.
—Me ha encantado —le comenté a Fran—, aunque me parece exagerado el nivel de influencia que le conceden, como si todos consumiéramos productos coreanos.
—Te recuerdo que la única crema que te echas antes de dormir, desde hace tiempo, es coreana.
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