Si a una empresa privada le das la gestión de un hospital y le pagas, haga lo que haga, por el número de habitantes que tiene que atender, está blanco y en botella: hará lo mínimo. Ya tiene el dinero en la buchaca. Atenderá con cuentagotas, reutilizará lo no reutilizable, operará lo que menos gasto implique, mirará para otro lado hasta que te canses y vayas a un hospital de pago.
Es más, si a esa misma empresa le pagas un plus por cada paciente de otras ciudades, hará lo posible por poner la alfombra roja a quien no haya nacido allí. Dinerito, dinerito...
Sin demonizar a las empresas, éstas no se crean para hacer el bien —ni para hacer el mal—, sino para hacer dinero. Es de primero de economía.
Si, a pesar de todo, consideras que una compañía privada gestionará mejor lo público, entonces condiciona su gestión a reducir las listas de espera, al índice de supervivencia en tratamientos críticos, al porcentaje de operaciones quirúrgicas exitosas, al nivel de satisfacción de sus ciudadanos a través de encuestas anónimas. Colócale esas métricas y seguro que lo hacen mejor, sobre todo si les penalizas económicamente por cada uno de los objetivos que no cumpla.
Así funcionan las empresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario