—Hablan francés ahí dentro, ¿verdad?
—Sí —me confirmó Fran.
Los prejuicios me hicieron pensar que de la cocina de ese bar saldrían dos marroquíes o tres senegaleses, currantes de tomo y lomo para los que nos podemos permitir disfrutar de un tapeo.
Pero no, salieron dos chavales altos, delgados, rubios, bien franceses, con sus uniformes de cocineros, en una taberna más del centro de la ciudad.
—Me gusta la imagen —le dije a Fran.
Ver que todo es posible, que también el mundo puede funcionar al revés. Que, ojalá, algún día sea normal que un blanco le ponga una tapa a un negro.
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