Planes que, en su mayoría, nunca se cumplirán, pero que tanto bien nos hace imaginar. Tiempo de pensar en quiénes vendrán a cenar a casa, en las escapadas que nunca nos daremos a Londres, en las rutinas deportivas que no sabremos mantener, la pila de autores que leeremos, las tardes semanales de cine que acabaremos anulando, los platos que no aprenderemos a cocinar.
Los escasos huecos del día a día se encargarán de limitar nuestros propósitos de 40 horas diarias, hasta ir modificando levemente lo que ya estábamos acostumbrados a hacer y no nos venía nada mal.
Pero, que no nos quiten soñar. Sería quitarnos el verano.
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