Era la primera vez que veía el mar.
Apenas sabía decir dos palabras, pero cuando llegaba una ola y le mojaba los pies, me miraba y gritaba:
-¡¡¡Zuzto!!!
Así, con dos zetas. Yo lo agarraba y lo llevaba tierra adentro, pero a él le iba la marcha y volvía de nuevo en busca de la ola. Cuando le llegaba, de nuevo levantaba las manos pidiendo ayuda.
-¡¡¡Zuzto!!!
A mí se me quedó tan grabada esa escena que la integré en el niño que hay en mí, de forma que cuando me encuentro en situaciones desagradables en las que no sé si indignarme o llorar, mi crío interior grita dentro de mi cabeza:
'¡¡¡Zuzto!!!'
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