Adaptado a hacerlo en verano y navidad, acorde con el cierre de las fábricas, hacía tiempo que llevaba maquinando la idea de agrupar unos días para regalarme una pausa larga en algún paraíso conocido o por conocer.
Esta noche vuelo a Roma.
Ya la visitamos hace mucho tiempo, apenas un par de días, aprisa y corriendo por querer abarcarlo todo. Me deslumbró y me angustió a partes iguales. Por las prisas, por la grandeza, por las expectativas, por el despiste.
Esta vez tengo a Roma para mí. Ella y yo. Sin intermediarios. Desayunos a primerísima hora para patearme la ciudad, sin rumbo, sin ansiedades, mientras dejo que el resto del mundo se ocupe de que el mundo funcione.
Ya el miércoles aterrizará Fran, para el que habré colocado todas las alfombras rojas que él merece.
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