Tras leer dos de mis novelas y comentar mis textos durante años, dio la casualidad de que Rosa coincidió conmigo en su viaje a Roma con dos amigas granadinas, Encarni, puro nervio vitalista, y Maren.
Ella, malagueña de biografía dura, recién entrada en la sesentena, me reconoció rápido al encontrarme en nuestro lugar de encuentro de Piazza di Spagna, bajo una luz templada de noviembre.
Nos dimos un achuchón sincero.
Encontramos, tras varios intentos fallidos, un café donde instalarnos. Cuatro capuccinos y cuatro cornettos dieron para mucho. Tres mujeres libres me abrieron su corazón.
Hay quienes utilizan las redes sociales desde el rencor, y no saben lo que se pierden.
Maren, sanitaria que brega por casas de ancianos, de mirada tan cansada como curiosa, me dijo, cuando nos despedimos, algo que no olvidaré:
—Salva, transmites serenidad.
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