Soy dormilón y me encanta leer, dos características en mí que se han ido entremezclando en la mente de Fran durante la media vida que llevamos juntos.
Al tener siempre la compañía de un libro, es habitual que pase tardes o noches de lectura. No hay espacio para el aburrimiento si tienes una novela a mano. Así que, en cualquier momento de cualquier día le comunico mis planes a Fran:
—Voy a leer.
Me produce tanto placer el hacerlo, me desconecta tan rápido de la realidad, me siento tan cómodo que, en menos que canta un gallo, me quedo frito.
Así que Fran ha modificado nuestro vocabulario, de forma que, cuando se va a dormir una siesta o se acuesta un poco antes porque tiene que madrugar, yo le pregunto:
—¿Dónde vas?
Y él, con guasa, me responde:
—Voy a leer.
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