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viernes, julio 27, 2018

Contadores

Independientemente de dioses, integro en pensamientos subconscientes el embrujo de una justicia universal que nos arropa desde no sabemos dónde. Algún mecanismo automático o apuntador omnipresente que toma nota, hace fotos, graba conversaciones y vigila cada uno de nuestros pasos. Discos duros espirituales con trillones de trillones de datos en los que contadores individuales almacenan sonrisas como puntos verdes y gritos como rojos, desplantes que descuentan, favores que incrementan. Memorias imparciales que nada olvidan en algún lugar del infinito espacio acerca de lo que fuimos, acotando nuestras virtudes como ventajas para calificar con limpieza comportamientos que no siempre son puros, aliviando las cargas negativas a quienes arrastran dolores congénitos de cabeza o ruinas familiares de las que no fueron culpables. Dispositivos que son más benevolentes con humanos nacidos en Uganda que con aquéllos que crecieron en California, aparatos empáticos que no se censuran, ni se estropean, que no juzgan con sesgo ni evalúan los reconcomes de miedo al vivir, sino que almacenan actos, posturas, alardes, besos y empujones sin atender a pensamientos que no saben descifrar; hadas electrónicas notarias de nuestras líneas de conducta.

El subconsciente tiene esos miedos que la razón ignora, aunque sus teorías sean todo lo difusas que su condición subterránea implica.

Mi subconsciente, en duermevelas pausados de soledades, quiere pensar que en algún lugar alguien sabe cómo fuimos, cómo estamos siendo; tal vez porque mi subconsciente tenga elaborada la teoría de que si no existiera esa justicia sabelotodo la gente no tendría escrúpulos en mostrar su peor cara a escondidas de la justicia humana.

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