Íbamos por una gran avenida en obras de Tokio el sábado por la noche, pocas horas después de aterrizar. Veníamos de tomar una cerveza y buscábamos un local para cenar algo occidental tras una semana de exquisita comida oriental.
El tráfico era intenso, la avenida estaba poco iluminada y un robot vestido de operario, de azul y con su camisetilla fluorescente, hacía movimientos mecánicos con una larga barra roja intermitente para advertir de las obras en la mediana de esa avenida.
'Mira cómo son los japoneses, Salva', me decía Pablo, 'van por delante nuestra en todo. Observa los movimientos y la programación de bucles informáticos que tiene ese robot. Repite unos movimientos con los brazos, y cada ciertos ciclos cambia de realizarlos vertical a horizontalmente. Luego la cabeza, ves, la para cada tres giros y vuelve a moverla en sentido contrario'.
Estábamos extasiados mirando al robot de tráfico cuando éste gira la cabeza y nos saluda.
'Glups'.
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