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jueves, octubre 21, 2010

China

Tomé ventana en el avión de Tokio a Cantón, pero las nubes ocupaban todo el espacio en las cuatro horas y media de vuelo.

Mis primeras impresiones en el gigantesco aeropuerto cantonés fueron negativas. Un adolescente limpiando el baño del aeropuerto, empujones inimaginables en Japón para recoger las maletas, una desagradable banquera para cambiarme euros en yuanes…

Pero el mayor choque fue el taxista. Pablo ya me había advertido, pero aluciné con los gritos que nos pegaba regateando el precio del trayecto al hotel, mientras circulaba como un ciclón por la autopista. Con un inglés que recordaba a Chiquito de la Calzada, ‘hoteeeeeeeellllllllrrrrrrrr’, nos pasaba el móvil con la calculadora y la foto de su novia para ir negociando el precio. Chillando como si le fuera la vida en ello.

Cuando ya habíamos llegado al acuerdo de pagarle 180 yuanes (unos veinte euros) nos preguntó si éramos chinos (¿?). No, ‘we are from Spain’.

Entonces nos cantó un pasodoble.

Entrar en Cantón para alguien que no ha pisado China es espectacular. Los primeros bloques de edificios te los encuentras rodeados en sus filos por tubos fluorescentes que van cambiando de color, como ésos que te ofrecen los chinos cuando entran en los bares de Sevilla y tú te planteas, ¿quién puede querer comprar algo así?

El caso es que cuando te vas adentrando en la ciudad, te vas asustando.

Porque es impresionante lo que te encuentras. Rascacielos espectaculares, avenidas de cinco carriles, centros comerciales descomunales (¡en un país comunista!). Escaparates de Cartier, Dior… ¿Qué es esto?, ¿ésta es la China de salarios de 50 euros que nos han vendido?

Me bastó ese recorrido de una hora en taxi para comprender la enorme, desorbitada y espeluznante potencia de China. El gran prestamista del mundo, el que crece un 10% anual, la patria de 1300 millones de personas.

Te sientes diminuto.

Nos fuimos a cenar a la isla de Shaiman (creo que se escribe así) para calmar tanta excitación. Yo me pedí brochetas de pollo satay, Pablo medio kilo de serpiente frita. Yo decidí probar la serpiente para poder contarlo y fardar. Cuando llegó el plato parecían chocos fritos. El problema es que Pablo la probó antes que yo y, con cara de susto, gritó:

-¡Tienen hueso!

Le di un bocado con los ojos cerrados, puagggg, y me tragué un vaso entero de cerveza.

5 comentarios:

Pablo Rodríguez Burón dijo...

qué les pasa a los taxistas, en general, en todo el mundo? por qué son seres siempre peculiares? Es broma (pero es cierto), todo mi respeto para los taxistas. Voy a escribir un cuento de taxistas xD
un abrazo chino

Alforte dijo...

Cuando china termine de despertarse y se levante...que se prepare occidente!!! Son unas máquinas!!!!

Sigo encantado con tus crónicas, pero ¿De donde sacas tiempo chiquillo?

Bsote Latino

Ángeles Hernández dijo...

Pues es verdad lo de los taxistas: anoche en Sevilla, Martín fue el tipo más simpático de toda la jornada, ya tenemos guía, puesto en la Macarena y sé que soy casi tan guapa como SAra Montiel de joven (¿cómo no voy a solicitar sus servicios cuando vuelva por la ciudad).

Aproveché para comprar un libro al que tengo ganas desde hace un mes: "No te supe perder" ¿te suena?, en poco rato ya han caído cincuenta páginas. Espero terminar pronto y bien; un día en la Casa Encendida me ofrecí a comentártelo.

Lo de China lo dejo para otro día. Un abrazo Á

Salvador Navarro dijo...

Gracias por confiar en mí, Ángeles...

Anónimo dijo...

A mi me da miedo China, tengo la sensación que es un gigante con los pies de barro y evidentemente el régimen no va a poder controlarlo todo....El problema es que en su caída arrastrará a todo el mundo.

ANTÍPODAS.