Mayor que yo, terriblemente apuesto, cultivado, vividor, este hombre era un abogado que compartía vida con un francesito esmirriado, guapísimo, que actuaba en cafés con espíritu de cabaret.
Allí iba yo, y a la ópera, y a su casa, y a visitar exposiciones de arte contemporáneo.
Cada día trabajaba más en Bruselas, con lo que se hacía más difícil quedar, hasta que un día me di cuenta que nos habíamos dejado de ver. Nuestras vidas eran tan intensas que tardé tiempo en echarle de menos.
Ahora no sabría cometer el error de volver a él, porque lo que significó para mí ya no funcionaría hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario