Hacíamos una visita guiada a las minas de Río Tinto, una experiencia más que recomendable a todos los niveles: por lo espectacular de la naturaleza, por el aprendizaje científico, por el conocimiento de nuestra historia. Hablamos de una explotación minera que viene de más allá de la época romana.
El caso es que nos explicaron todo el proceso de extracción y metalúrgico que nos llevaban al producto final, que no era el cobre que todos conocemos.
—No —explicaba el guía—. Todo esto se carga en el puerto de Huelva hacia China y la India, que utilizan medios no muy sostenibles para obtener las planchas finales de metal.
Fue entonces cuando nos habló de Eva Laín, sin decir aún su nombre.
—Una chica que va a conseguir que ese proceso final, el de mayor valor añadido, se pueda hacer aquí y sin contaminar.
Los visitantes nos interesamos por esa joven. ¿De dónde era? ¿Qué había estudiado? ¿Qué edad tenía?
—Es madrileña, con estudios de Química y lo que ha conseguido desarrollar es una revolución científica.
Qué de tiempo dedicamos a ensalzar a figuras de papel maché y qué poco a mujeres (y hombres) como Eva Laín. Cuando la gente, al escuchar su historia, muestra un interés desmedido.
Para ella la gloria.
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