Cuando llegamos allí, nos encontramos una enorme mesa preparada para una celebración. Apenas esa gran mesa y la nuestra. Fran y yo nos miramos un poco mosqueados, por lo que eso implicaría de jaleo a nuestro lado.
La noche fue pasando y no llegaba nadie. El local lo llenábamos Fran y yo. La cena estuvo exquisita y ya al final, cuando pagábamos la cuenta, preguntamos al encargado del restaurante.
—Nos han dejado la reserva tirada —se lamentaba—, con las neveras llenas de género y ni siquiera se han dignado a responder al teléfono.
Hace poco, en un restaurante de Sevilla, nos encontramos con una escena similar.
La falta de empatía, y decencia, del ser humano es universal.
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