Se despereza, consulta el móvil, se levanta, viene, va...
Las veces que veo la oportunidad, lo abrazo, porque los años han demostrado que poseo el poder de adormecerlo de nuevo. No es necesario más que rodearlo con mis brazos para que, en cuestión de segundos, le baje el ritmo cardíaco, los músculos se le destensen y acabe expulsando ese ligero resoplido que indica que está dormido.
Lo que ocurre, algunas veces, es que el que se despierta soy yo y acabo con el brazo dormido de sostenerlo, sin quererlo despertar.
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