Intento acudir a horas en las que no esté una determinada funcionaria, desagradable en el trato como ella sola. Tanto es así, que me apetece acercarme al director de la oficina para pedir el cuadrante de los trabajadores, para organizarme en función de sus agendas.
Cuando la veo allí y saco el tiquet, juego como un niño a imaginar en cual de las tres ventanillas me va a tocar. Si, llegado el momento, me aparece su número y no tengo prisa, me hago el loco y vuelvo a sacar un tiquet para evitarla.
Son placeres pequeñitos.
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