No soy de las personas que perdonen con facilidad, y no sé hasta qué punto es un defecto o una cuestión de coherencia. Ni si querría ser de otro modo, la mayoría de las veces sí. Olvidar las actitudes degradantes hacia mí o hacia los míos, o hacia mis principios, la ética o el ser humano es una misión complicada.
Tal vez, llegados a una edad, justifiquemos nuestros errores como virtudes porque no somos capaces de deshacernos de ellos.
El verano de mis diecinueve años, mi madre recién muerta, la terrible carrera de ingenieros recién comenzada y una crisis existencial tremebunda, nos fuimos a pasar un fin de semana a Matalascañas, a casa de mi tía Elo. La única hermana de mi madre. Íbamos mi padre, mi hermano David y yo, un poco perdidos tras llevar toda la vida veraneando, la familia unida, en la playa de La Antilla.
En un momento dado, mi hermano se tiró en un sofá de esa casa de verano. El marido de mi tía, entonces, le gritó como un energúmeno que quitará 'las pezuñas' del sofá.
De un golpe, me acordé de tantos años aguantando sus ronquidos en mi habitación infantil, cuando dormía en la litera en sus frecuentes visitas a Sevilla como novio de mi tía. Me acordé de cómo mi madre se comportó con él de forma exquisita durante muchísimos años. De todos los veranos que le hacía un hueco en nuestro chalet para pasar semanas con nosotros. De lo generosa que había sido mi familia con este hombre.
Yo me enfrenté a él, le dije con todo el cuerpo temblándome de rabia, que no volviese a hablar así a mi hermano pequeño. Que pronto olvidaba todo lo que mi madre había hecho por él. Mi tía Elo me apartó y yo le dije a mi padre que quería irme de allí.
Nos quedamos.
A las dos horas mi hermano David estaba jugando al fútbol con él en la arena y yo, en cambio, sigo recordando con rencor ese episodio.
Ahora sé que la vida le trata mal en forma de enfermedad. Deseo de corazón, por él y sobre todo por mi tía y mis primos, que las cosas vayan a mejor.
Del mismo modo que sé que se debe ser más feliz jugando al fútbol dos horas después.
Tendré que ir practicando.
3 comentarios:
El rencor con el tiempo sólo produce malestar en quien lo profesa.
Puede ser comprensible,en caliente,sobre todo cuando nos hemos sentido humillados...Pero siempre es preferible no cerrar la puerta del todo y dar la posibilidad a que en un futuro vuelva a circular una corriente positiva.Los portazos definitivos no conducen a nada.A veces es difícil ser racional y generoso, pero hay que intentarlo...Saldremos ganando como seres humanos.
Un abrazo. ANTÍPODAS
A mi me pasa lo contrario, olvido con facilidad, a veces incluso me he recriminado a mi mismo que con demasiada facilidad. Son formas de ser.
Me encantan tus reflexiones tan brutal y valientemente sinceras.
Fernando
Pues no te veía yo como rencoroso. En fín, el que esté libre de defectos que te tire la primera piedra.
P.D: Avisa cuando vayas a alguna reunión. Me gustaría llevarme tu último libro y que me lo dediques ;)
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