Nos exigimos mucho y nos cuidamos poco.
No hablo de repetirnos cuánto nos queremos ni mantras de ese tipo, pero sí de sentarnos en la cama, antes de acostarnos, y masajearnos durante un rato los pies, sin pensar en otra cosa que en buscar el propio bienestar y desencontrarnos de tanto barullo externo.
No digo que tengamos que decir yo, yo y, después, yo, pero sí escucharnos desde dentro. Tumbarnos en el suelo, poner las piernas en alto y dejar que el tiempo pase sin atender a otro ruido que al bombeo de nuestro corazón.
Hay técnicas orientales, cursos de relajación, métodos de todo tipo, pero nadie como uno para darse regalos tontos de paz en los que concentrarnos en nosotros para mimarnos un poco.
Miramos, demasiado, para fuera.
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