Una cena de navidad en casa de mi abuela fue el escenario. Con unas copas de más, mi tío Jesus Mari sacó quinientas pesetas y lanzó una frase, a todos los allí presentes, que me impactó.
—¡Este billete se te va de las manos en cuanto te descuidas! —gritó.
A mí, por entonces, quinientas pesetas me parecían una fortuna. ¡Cuántos dónuts se podían comprar! ¡Cuántos cromos del álbum de ciudades del mundo! ¡Cuántos chicles de menta!
Hay veces en las que me asomo a mi cuenta bancaria y visualizo a mi tío Jesús Mari, con las venas del cuello llenas de sangre, agitando el billete de 500 pesetas entre botellas de champán.
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