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viernes, junio 22, 2012

Te quiero pagar

Una frase habitual en mí me sirve como muestra de cómo de mal estamos.

En una semana me ha ocurrido dos veces y, lo que hasta ahora me resultaba instintivo, a partir de ahora voy a forzar a que sea una norma.

Me tomaba una cerveza en el República con mi amigo David. Cuando nos íbamos, me acerco a la barra y le digo al camarero:

Te quiero pagar.

Inmediatamente una sonrisa. Y un comentario:

'Qué alegría la fuerza con la que vienes a pedir la cuenta'.

El chaval, seguramente un filósofo en paro reconvertido en camarero, me hizo ver la importancia que para él suponía esa forma de dirigirme a él.

Me quedé pensándolo, pero me transmitió, de rebote, buen rollo.

Ya olvidado el asunto, días después, fui a pagar el gimnasio. A la chica de la recepción sí la conozco de hace tiempo, y es especialmente desagradable. No conmigo, porque no le doy margen, ni charla, ni oportunidad de demostrarme su falta de educación; hace tiempo que decidí no insistir con los buenos días a quien no me responde.

Me coloqué frente a ella y de nuevo le lancé la frase mágica:

Te quiero pagar.

De nuevo una sonrisa, como si de un sortilegio se tratase.

'Y yo quiero cobrarte', me dijo.

La sociedad, destrozada por una economía de guerra, se está volviendo miserable con el dinero, lo que lleva a 'miserabilizar' las actitudes, a mirar con celo el céntimo y a considerar que cada servicio o producto que te ofrecen implica en cierto modo un robo, al menos un abuso. Se paga con el puño cerrado y los dientes apretados, perdonando la vida, no entendiendo que frente a ti hay una persona también sensible a las dificultades personales de construir una vida sostenible a base del esfuerzo propio.

Perderé la inocencia original buscando sonrisas con mi frase.

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