Sé que me equivoco al sentir como personas especiales a aquéllas que han vivido situaciones dramáticas en períodos en que no las merecían. Pero nadie merece sufrir cuando se están abriendo las puertas de la Vida.
De entre estas personas encuentro las que colocaron un caparazón a sus vivencias más negras y no las nombran, ni escupen ese veneno del terror de encontrarse desvirgados por un dolor inmenso cuando los amigos disfrutaban del sol resplandeciente que supone el despertar al amor, al sexo, al mundo.
Yo no estoy entre ellas, siempre evidencié mi dolor y consideré una terapia compartirlo con mis próximos.
Sin embargo, entiendo que no hay posturas desacertadas, que todo es plausible. Quizás cada alma sepa qué es lo que le conviene, nadie actúa evitando la felicidad personal a conciencia.
Yo tengo junto a mí personas que sufrieron un dolor inmenso y nunca, nunca, hablan de ese pasado intenso. Tienen una sonrisa y viven el presente, proyectando si acaso sus dudas en el futuro.
Quizás su forma de escupir el veneno es ésa, demonizándolo, ignorándolo, ridiculizándolo, riéndose de él.
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