Takiripinti es la palabra que yo mantengo en el recuerdo, aunque no hay más que mirar en un traductor para comprobar que está deformada por el paso del tiempo.
El viaje en tren entre Haparanda, en la frontera norte con Suecia, y Helsinki había sido largo. Francis y yo llevábamos semanas viajando, muchas latas de conserva entre pecho y espalda, y ésta última medio jodida de tanto dormir en el suelo de los campings. Tendríamos no mucho más de veinte años.
La llegada nocturna a la capital finlandesa fue movida. En el trayecto en tren nos habíamos peleado por alguna tontería y viajábamos cada uno en un vagón. La necesidad hizo que nos uniéramos para buscar un sitio donde dormir.
Él hizo migas con un anciano francés, que se nos encalomó en busca de un sitio donde acampar en las afueras de la ciudad. Tras tomar un autobús llegamos a un sitio fuera de cualquier civilización. El viejo olía a alcohol y a Francis no se le ocurrió otra cosa que ofrecerle nuestra tienda de campaña para compartirla.
Pasé toda la noche oyendo las tripas del viejo y alaridos de perros maltratados, que resultaron ser gaviotas para el urbanita que esto escribe.
Amanecimos, esa mañana de verano nórdico, en un paisaje verde muy cercano al mar.
El viejo desapareció, quizás por mi falta de cariño.
Francis y yo nos duchamos, nos pusimos guapos y nos lanzamos a conquistar Helsinki por vez primera.
Descubrimos una parada de autobús y una chica rubia, Saana, con unos walkman. Le preguntamos cómo llegar a la ciudad y ella se ofreció a acompañarnos.
Me llevé años escribiéndome con Saana. ¿Cómo podría volver a localizarla? ¿Cómo localizar a tanta gente perdida por el camino?
Ella era profesora de francés y eso me permitió chapurrearlo con ella.
El autobús llegó a su última parada y la seguimos por una boca de metro. El vagón se iba llenando conforme nos acercábamos a la ciudad con gente cada vez más rubia y alta. Saana hablaba y hablaba...
En un momento dado, con la charla, ella puso cara de preocupación. ¿Nos habremos pasado de estación? Gente tan alta a nuestro alrededor nos impedía ver en qué lugar estábamos.
'Don't worry, Saana'.
Me escabullí entre la gente cuando el metro paró y memoricé el nombre de la estación. Entré de nuevo en el vagón y le grité.
'¡We are in Takiripinti!'
No se me olvidará la risa colectiva del vagón.
'That is Don't smoke!'
El viaje en tren entre Haparanda, en la frontera norte con Suecia, y Helsinki había sido largo. Francis y yo llevábamos semanas viajando, muchas latas de conserva entre pecho y espalda, y ésta última medio jodida de tanto dormir en el suelo de los campings. Tendríamos no mucho más de veinte años.
La llegada nocturna a la capital finlandesa fue movida. En el trayecto en tren nos habíamos peleado por alguna tontería y viajábamos cada uno en un vagón. La necesidad hizo que nos uniéramos para buscar un sitio donde dormir.
Él hizo migas con un anciano francés, que se nos encalomó en busca de un sitio donde acampar en las afueras de la ciudad. Tras tomar un autobús llegamos a un sitio fuera de cualquier civilización. El viejo olía a alcohol y a Francis no se le ocurrió otra cosa que ofrecerle nuestra tienda de campaña para compartirla.
Pasé toda la noche oyendo las tripas del viejo y alaridos de perros maltratados, que resultaron ser gaviotas para el urbanita que esto escribe.
Amanecimos, esa mañana de verano nórdico, en un paisaje verde muy cercano al mar.
El viejo desapareció, quizás por mi falta de cariño.
Francis y yo nos duchamos, nos pusimos guapos y nos lanzamos a conquistar Helsinki por vez primera.
Descubrimos una parada de autobús y una chica rubia, Saana, con unos walkman. Le preguntamos cómo llegar a la ciudad y ella se ofreció a acompañarnos.
Me llevé años escribiéndome con Saana. ¿Cómo podría volver a localizarla? ¿Cómo localizar a tanta gente perdida por el camino?
Ella era profesora de francés y eso me permitió chapurrearlo con ella.
El autobús llegó a su última parada y la seguimos por una boca de metro. El vagón se iba llenando conforme nos acercábamos a la ciudad con gente cada vez más rubia y alta. Saana hablaba y hablaba...
En un momento dado, con la charla, ella puso cara de preocupación. ¿Nos habremos pasado de estación? Gente tan alta a nuestro alrededor nos impedía ver en qué lugar estábamos.
'Don't worry, Saana'.
Me escabullí entre la gente cuando el metro paró y memoricé el nombre de la estación. Entré de nuevo en el vagón y le grité.
'¡We are in Takiripinti!'
No se me olvidará la risa colectiva del vagón.
'That is Don't smoke!'
3 comentarios:
Querido Salva...¿Realmente crees que Helsinki es para conquistar? Mi primera y creo que última visita a la ciudad fue de horas:me faltó tiempo para coger el primer ferry con destino Estocolmo. Probablemente la capital más aburrida de Europa.¿ Por cierto ¿ te suena PUHELIN? Ja,ja,ja. Un abrazo.
ANTÍPODAS
Jejeje es lo que tiene vivir en una torre de babel.
xxxx
Jajaja qué bueno.
Enonces cómo se dirá "otorrinolaringólogo "?
Chikitipiglutimedicini??
Jaja.
Un beso, cuántas aventuras tienes en la mochila.
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