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jueves, abril 13, 2023

Humanista

Está mal vista la reflexión profunda. El pensamiento humanista. Preguntarnos a nosotros mismos qué somos, por qué hemos llegado hasta aquí, qué tenemos, con qué contamos, dónde queremos ir.

Da pereza la gente así, nos decimos, la que se come la cabeza con inquietudes transcendentales.

Asustan.

Tal vez porque quienes así actúan nos ponen frente al espejo de nuestra superficialidad.

'Ya está Salva comiéndome la cabeza', pensarás.

Sí. Ya estoy aquí de nuevo. El Salva que disfruta con cuestiones que no llevan a ningún lado. 

Es más fácil desviarse a la sencillez de asomarse a Instagram para ver vídeos de gatos. 

Nos da miedo pensar, apagar la luz, hacer balance, poner la música flojita, quitarla incluso.

Da miedo quedarse solo, a oscuras, sin nadie más que uno mismo. Repasar qué es lo que no me gusta de mí, qué es lo que no cambiaría por nada del mundo. Buscar al chaval que fui, al ingeniero en el que me convertí, al viajero impertérrito, al escritor intruso, al filósofo frustrado, al hermano, al hijo, al amante, al amigo que soy, que fui, que seré.

Vamos corriendo, espantando moscas, pensando comidas, planeando compras, haciendo cuentas. Buscamos distraer la mente, que no nos ataquen los monstruos. ¡Pon la tele! No queremos admitir que existen, nos tapamos los oídos por dentro, cerramos los ojos de dentro, de ese interior al que no puedes acceder más que tú.

Por evitar los monstruos, no nos asomamos a la grandeza de lo que somos, ni practicamos la gimnasia de mirarnos lentamente, con cariño, para decirnos lo bien que lo hemos hecho hasta llegar a ser la persona que somos.

Por no querer ver nuestros monstruos, perdemos la oportunidad de disfrutar del ángel que hay en nosotros.

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