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miércoles, abril 12, 2023

Brasil

Me gusta la gente que no duda un segundo cuando le haces una pregunta de cualquier tipo.

La cuestión es que también me gusta la gente que se queda bloqueada mientras busca la respuesta.

Yo soy de los dos equipos.

Ahora sí, las preguntas que tienen que ver con mis gustos culturales tienen respuesta inmediata en mí.

Si te interesas por saber qué libro, qué cuadro, que canción, qué poema... tengo clara las respuestas.

Si me cuestionas por la película de mi vida, te diré 'Estación Central de Brasil'.

La vi en el cine Avenida, con mi amiga La Polemique, en versión original. 

Acaba tan de golpe, tan en carne viva, que no pude retener la llantina al terminar. No sabía dejar de llorar. Quería que apagasen las luces del cine.

Una señora mayor escribe cartas a analfabetos en la estación central de Río de Janeiro. 

Una mujer muere atropellada tras dictarle una al padre de su hijo, un crío al que lleva de la mano. La escribidora de cartas, que presencia el accidente de la madre a la que acaba de atender, se apiada del niño, abandonado en medio de la estación, y usa la dirección que acababa de anotar en el sobre, nunca enviado, para atravesar todo Brasil, con el chaval, con el único objetivo de dejarlo en manos de su padre.

Sin apenas dinero, van de un autobús a un coche, de un coche a un autobús, a merced de quien los quiera transportar. 

Un camionero se apiada de ellos. La señora, arrebatada en su impotencia, cae rendida ante él. 

Hacen una parada en una venta perdida en medio de la nada y este hombre les invita a algo de comer, al verlos desfallecidos. Entusiasmada por la humanidad del hombre, entra en el baño para pintarse los labios, se atusa el pelo, se sonríe al espejo, loca por ese tipo que ha puesto sus ojos en ella, una mujer perdida desde siempre, que se siente transparente y sola. 

Cuando sale del baño, el camionero se ha escapado, aterrorizado por tal carga emocional. El niño, consciente de la escena, acude a consolarla, mientras ella llora con la frente en el cristal.

Nada más que esa escena, todo un tratado de vida, llenaba la película en sí.

Llegaron a su destino, vieja y niño. Encontraron al padre. Ella, sabedora de que la misión había terminado, se marcha cuando todos duermen y escribe una carta ya en el autobús, al chaval, que corre por las calles gritando su nombre.

Entonces se encendieron las luces de la sala de cine.

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