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sábado, abril 14, 2012

Eficiencia

En estos tiempos convulsos, es difícil querer ponerse en la piel de un político a quienes no lo somos.

Reciben el desprecio del ciudadano y la presión de los medios e instituciones, por hacer una cosa y la contraria.

Partiendo de esa base, es fácil criticar con fuerza cada una de sus actuaciones, aunque sería necesaria una mínima empatía para entender la dificultad de sus decisiones, complejas, poliédricas, que afectan a la vida ciudadana diaria. Imagino que los gobiernos tienen que aplicar la autodefensa de ver al ciudadano como un número, no como familias con todos los miembros en paro, enfermos sin recursos que necesitan atenciones que no tienen, jóvenes sin trabajo ni futuro con nombres y apellidos.

Falta empatía en ambos sentidos y esa falta hace que las decisiones sean cada vez más radicales y las reacciones viscerales.

Humildemente, pienso que la gestión de esta crisis no se está llevando de forma adecuada ni por éste ni por el anterior gobierno. Tal vez incluso ningún gobierno desde la democracia supo crear las bases para hacer de España un verdadero país próspero. Sí, eso es fácil decirlo viendo la situación actual.

Yo, defensor a ultranza del estado social y del bienestar, convencido y humilde pensador de izquierdas, creo que el fallo es no haber atacado la estructura productiva de nuestro país, y más concretamente la estructura productiva de lo público.

Yo trabajo en una empresa que hace 30 años podía fabricar 1000 cajas de cambio al día con 5000 trabajadores, y que ahora hace 5000 cajas al día con 1000. Cada año de los diecisiete que vengo trabajando en ella he sentido la presión de la necesaria supervivencia. Cada año hemos tenido encima de nuestras cabezas la palabra mágica: Eficiencia.

No cabe otra para sobrevivir cuando se sabe que no podemos hacerlo si no es adecuándonos al presupuesto que tenemos, reduciendo año tras año el coste que supone fabricar una de esas cajas de cambio que nos dan la vida.

Haber trabajado con esa continua tensión nos ha permitido desarrollarnos como personas creativas, rupturistas, creando una fuerte conciencia de que nada es sagrado, que todo se puede poner en cuestión, que nunca el argumento para defender una posición puede ser el 'porque siempre ha sido así'.

Y todo esto se ha producido respetando al trabajador, en un ambiente de compromiso y orgullo colectivo por nuestra fábrica de Renault en Sevilla.

Sí, hay empresas sin escrúpulos, muchísimas. Pero yo hablo de lo que conozco, y lo conozco bien.

¿Por qué no se ha tratado nunca lo público así? El dinero no viene de accionistas o clientes, sino del propio pueblo, por lo que aún hay más razones para cuidar de él y no derrocharlo.

Sin embargo el funcionariado, por lo general, no recibe esos mensajes continuos de ruptura, productividad y eficiencia. La culpa, claramente, no es del funcionario, sino de los creadores y mantenedores del sistema y, por ende, del gobierno de turno que no ha legislado en ese sentido.

En mi fábrica se premia monetariamente al que lo hace bien, se publican continuamente los resultados económicos de cada sector y se corrigen las derivas, se plantean entrevistas individuales cada año para fijar objetivos ambiciosos, pero alcanzables y compartidos.

Sobre este entramado público hay que trabajar la eficacia, no sólo por la búsqueda de resultados que permitan mantener los servicios, sino porque eso dignificará al funcionario, lo comprometerá más con el sistema y le hará sentirse más realizado como persona.

Si el dinero público se considera dinero caído del cielo, la corrupción comienza a hacer acto de presencia, la motivación se cae sin remedio y se emponzoña todo.

Hay que trabajar con imaginación e ideas de ruptura en cambiar este sistema público que tenemos, no limitando la cantidad de folios a consumir. No. Hay que atacar la raíz de una estructura podrida y reivindicar la importancia y dignidad de un Estado que es de todos, que está ahí a nuestro servicio y del que yo me quiero sentir orgulloso.

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