Con mi hermano David siempre he tenido la relación que define a la unión de dos personas extrañas que se quieren.
El pequeño de la casa, fue el único que quedó fuera de la habitación del hospital donde falleció mi madre.
David nos esperaba, acunado por nuestros familiares, en la planta baja de esa clínica de infausto recuerdo. Tenía quince años. La familia, sin la madre, se desperdigó en dolores y vidas nuevas que se abrían.
Dejó de estudiar, se convirtió en un chaval complicado, desubicado, rebelde.
El verano siguiente a tan dolorosa pérdida, mi padre decidió alquilar un apartamento en nuestra playa de siempre, La Antilla. Mis hermanas ya tenían su propia vida, así que entre semana estábamos a solas mi hermano y yo. Recuerdo que yo no dejaba de estudiar las asignaturas pendientes de mi difícilisimo primer curso de ingeniería mientras David disfrutaba de su pandilla de entonces.
Una noche, mientras yo veía la tele tirado en el sofá de ese apartamento de muebles provenzales, un amigo de mi hermano llamó, excitado, a la puerta. A David y otros dos chavales los habían cogido tirando piedras a unas obras abandonadas del pueblo. A falta de padre, fui yo a rescatarlo. En el cuartelillo de la Guardia Civil estaba los tres niños, acojonados, aguantando los malos modos que por entonces se estilaban.
Yo traté de imponerme calma y pregunté qué delito habían cometido. Me respondieron de forma chulesca. Les dije, con muchos nervios, que los chavales estaban asustados y no merecían ese trato. Uno de los guardias civiles, se abalanzó sobre mí y me rompió la camisa, empujándome contra la pared.
Entonces salió David. Mi hermano cogió a ese hombre y lo levantó como si fuera un muñeco.
¡A mi hermano no lo toca ni el Rey!
3 comentarios:
Una emocionante narración de una historia a un tiempo dura y entrañable. Un saludo, amigo.
Vaya entrada más sustanciosa, espero que tu hermano haya encontrado su lugar en este loco mundo, porque una persona que es capaz de ese acto heroico por su hermano se merece lo mejor del mundo.
Bsote hermanado.
Emotivo recuerdo, si señor.
Gracias por compartirlo con nosotros de manera tan magistral. Me ha transmitido ese dolor, esa angustia, esos nervios y la vez ese orgullo.
Suerte tenéis aquellos que poseéis ese bien llamado hermanos. Aquí una hija única que tiene envidia de esos lazos tan maravillosos y tan difíciles también.
Un beso, Salvador.
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