Dicen que uno busca la felicidad en repetir.
Es cierto que yo sería tendente a refugiarme en el calor de lo ya conocido, donde sé que me voy a sentir cómodo.
¡No sé cuántas veces habré comido 'huevos estrellados' en el Gallinero de Sandra!
De ahí mi esfuerzo, placentero pero esfuerzo, por atravesar nuevas fronteras, para que ese perímetro de satisfacciones personales no quede demasiado reducido y llegue a oler a alcanfor.
En no perder esa práctica ayuda el compartir la vida desde hace tantos años con una persona siempre dispuesta a abrir otros frentes.
Tiene que haber siempre un primer momento para todo y una predisposición sana a que éste llegue. Abandonar esa esfera calentita de nuestras rutinas diarias, explotar el globo para incluir otras experiencias.
No sé qué día llegó a mis manos la primera novela de Paul Auster. Creo recordar que fue a través de mi hermana Raquel.
En nuestro devenir diario nos atacan tantos cruces de información, conversaciones, series de televisión, canciones e imágenes que uno no sabe en qué proporción de cada una de esas vivencias se han ido conformando sus sueños.
Yo sé, sin embargo, que Auster ha sido un ingrediente básico en mi amor por la literatura y por Nueva York. Elegante, imprevisible pese a repetirse en cada novela, culto y de mente abierta, las historias descritas por él son un perfecto reflejo del desconcierto del hombre ante su posición en el mundo, uniendo el humor y cierta ingenuidad al hecho tremendo de la existencia.
Auster no da respuestas a nada y yo, cada cierto tiempo, necesito perderme por Nueva York, tan lejos, para reencontrarme con el calorcito que da la felicidad de lo conocido.
Es cierto que yo sería tendente a refugiarme en el calor de lo ya conocido, donde sé que me voy a sentir cómodo.
¡No sé cuántas veces habré comido 'huevos estrellados' en el Gallinero de Sandra!
De ahí mi esfuerzo, placentero pero esfuerzo, por atravesar nuevas fronteras, para que ese perímetro de satisfacciones personales no quede demasiado reducido y llegue a oler a alcanfor.
En no perder esa práctica ayuda el compartir la vida desde hace tantos años con una persona siempre dispuesta a abrir otros frentes.
Tiene que haber siempre un primer momento para todo y una predisposición sana a que éste llegue. Abandonar esa esfera calentita de nuestras rutinas diarias, explotar el globo para incluir otras experiencias.
No sé qué día llegó a mis manos la primera novela de Paul Auster. Creo recordar que fue a través de mi hermana Raquel.
En nuestro devenir diario nos atacan tantos cruces de información, conversaciones, series de televisión, canciones e imágenes que uno no sabe en qué proporción de cada una de esas vivencias se han ido conformando sus sueños.
Yo sé, sin embargo, que Auster ha sido un ingrediente básico en mi amor por la literatura y por Nueva York. Elegante, imprevisible pese a repetirse en cada novela, culto y de mente abierta, las historias descritas por él son un perfecto reflejo del desconcierto del hombre ante su posición en el mundo, uniendo el humor y cierta ingenuidad al hecho tremendo de la existencia.
Auster no da respuestas a nada y yo, cada cierto tiempo, necesito perderme por Nueva York, tan lejos, para reencontrarme con el calorcito que da la felicidad de lo conocido.
3 comentarios:
No he leído nada de él pero suena bien eso de perderse en Nueva York de su mano.
Un abrazo y espero en la presentación todo fuera de maravilla!
New York tiene que ser una ciudad muy estimulante, y en manos de Auster más todavía...
Saludos.
Lo que esta claro es que la busqueda de la felicidad es algo permanente es el ser humano, sólo cambiamos la forma de buscarla cada uno.
Yo al igual que tú la he encontrado en Auster, en todo lo que sentí leyendo mi primera novela de él, las felices secuelas que me dejo e incremento aún más las ganas por visitar más aun New York.
Miguel
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