No encuentro mejor forma de mantener y mejorar mi inglés que leyendo. Cierto que no te ayuda a educar el oído ni te da la agilidad que obtendrías con conversaciones con nativos de habla inglesa, pero es un placer íntimo en el que aúno mi pasión por la literatura con mis flirteos con esa lengua que nunca acabo de dominar del todo, en un continuo y fascinante aprendizaje que durará de por vida.
En este pasado viaje a Asia he estado leyendo Kissing in Manhattan, una novela de David Schickler que ya me fascinó hace años cuando la leí en español. Son relatos aparentemente dispersos entre sí que tienen un punto en común, un edificio de Manhattan, el Preemption, el primero que tuvo ascensor, un Otis, en la ciudad de Nueva York.
De la misma forma que con Auster memoricé para siempre to nod, asentir con la cabeza, en esta otra historia, abundante en diálogos, aparece continuamente sighed.
Lo mejor al leer en inglés es no utilizar diccionario. Obviar las palabras que se intuyen no esenciales y, para aquellas que se repiten con frecuencia o son básicas para entender la trama o las reflexiones, utilizar la lógica.
Por muy recelosos que seamos con nuestro idioma, por muy críticos que podamos llegar a ser con esta lengua cada vez más necesaria de aprender, me reconozco un enamorado del inglés. Este viaje a seis países asiáticos, tan alejados de nosotros en todo, me ha servido para confirmar la fuerza de este idioma.
En cualquier situación crítica y en el lugar más inimaginado del mundo, de forma más o menos rudimentaria, consigues comunicar con el inglés.
Dejas de lado teorías, sentimientos o recelos. La potencia del inglés es arrolladora y más vale unirse a aquéllos que lo aprecian, les gusta, lo dominan y enriquecen su vocabulario, acento y conversación a diario que no quedarse atrás. Porque los esfuerzos son menores cuando se hacen con pasión.
Lo primero que hice cuando llegué a casa fue buscar en el diccionario. Sighed. Pasado del verbo to sigh.
Suspirar.
En este pasado viaje a Asia he estado leyendo Kissing in Manhattan, una novela de David Schickler que ya me fascinó hace años cuando la leí en español. Son relatos aparentemente dispersos entre sí que tienen un punto en común, un edificio de Manhattan, el Preemption, el primero que tuvo ascensor, un Otis, en la ciudad de Nueva York.
De la misma forma que con Auster memoricé para siempre to nod, asentir con la cabeza, en esta otra historia, abundante en diálogos, aparece continuamente sighed.
Lo mejor al leer en inglés es no utilizar diccionario. Obviar las palabras que se intuyen no esenciales y, para aquellas que se repiten con frecuencia o son básicas para entender la trama o las reflexiones, utilizar la lógica.
Por muy recelosos que seamos con nuestro idioma, por muy críticos que podamos llegar a ser con esta lengua cada vez más necesaria de aprender, me reconozco un enamorado del inglés. Este viaje a seis países asiáticos, tan alejados de nosotros en todo, me ha servido para confirmar la fuerza de este idioma.
En cualquier situación crítica y en el lugar más inimaginado del mundo, de forma más o menos rudimentaria, consigues comunicar con el inglés.
Dejas de lado teorías, sentimientos o recelos. La potencia del inglés es arrolladora y más vale unirse a aquéllos que lo aprecian, les gusta, lo dominan y enriquecen su vocabulario, acento y conversación a diario que no quedarse atrás. Porque los esfuerzos son menores cuando se hacen con pasión.
Lo primero que hice cuando llegué a casa fue buscar en el diccionario. Sighed. Pasado del verbo to sigh.
Suspirar.
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