De una editorial de un periódico nacional anoté hace algún tiempo que leer te hace más libre, más feliz y más divertido. Una idea se puede expresar de mil maneras, pero me quedé con la frase por rotunda.
Cada cual a su manera interpreta el mundo, su vida, la de los demás, el sentido profundo de las cosas; cada persona tiene sus trucos para ser feliz, da valor a cosas diferentes que el vecino, que el hermano o que el desconocido con el que nos cruzamos por cualquier calle.
Cuando nacemos, obligatoriamente nos vemos imbuidos en una atmósfera determinada, una familia que te ofrece el cariño que sabe, que puede o que quiere o no quiere demostrarte, y que te influye en tu actitud ante la vida. Te ingresan en un colegio que tú no eliges para recibir una educación que siempre estará sesgada y, poco a poco, vas despegándote a partir de los amigos, seres con quienes te sientes más cómodo, que tú crees elegir, para ir integrándote en una ciudad que siempre tendrá un perfil determinado, un clima, unos olores, frustraciones y vanidades.
Yo nací en Sevilla, en una familia de clase media, estudié en un colegio de curas y viví una infancia feliz.
Mis hermanos se ríen de ese período de mi vida, cuando siendo un enano no me separaba del periódico, de los libros de Los Cinco, de los cómics de Mortadelo y Filemón. ¡El repelente niño Vicente…! Más tarde enganchado a Delibes o al Trafalgar de Pérez Galdós, el Cid, la Regenta, el Quijote, el Lazarillo de Tormes, la Celestina, todos libros obligatorios en edad escolar.
Necesariamente el colegio me ofrecía una visión parcial, muy limitada de la realidad. Dios por todos lados, Sevilla como la ciudad más bonita del mundo, un ambiente de derechas y unas verdades indiscutibles.
Pero yo leía.
El húngaro Lajos Zilahy me habló de la amistad, ‘Por vez primera experimenté cuán dulce es confiar a otro todo cuanto nos oprime el corazón: parece que con ello entra en nosotros una corriente de aire fresco y un rayo de sol’, Julia O’Faolain me comentó que ‘cuando la religión te falla, la ética funciona bastante bien’; con Dostoievski viajé a los grandes paisajes despoblados de la Gran Rusia para conocer los extremos de la avaricia en el hombre, con Flaubert visité los páramos arbolados al sur de París donde se vivían historias de amor, de engaños inmisericordes, que no podía imaginar; Isabel Allende me insinuaba ‘que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurra simultáneamente...’ mientras Carmen Martín Gaite la apoyaba, ‘¡quién volviera a ese tiempo de instante detenido!’. Desde la cama de mi habitación reflexioné sobre teorías dispersas acerca del sexo, ‘Al sexo va un cuerpo sin cabeza, ni corazón, ni alma. Quien diga lo contrario no sabe qué es el sexo...’ afirmaba contundente Antonio Gala, pero Almudena Grandes me confundía, ‘la maldición es el sexo… no existe otra cosa, nunca ha existido y nunca existirá’.
Mi madre murió de cáncer y José Luis Sampedro supo explicarme ese dolor del enfermo terminal; y por esa época de juventud descorazonadora de sangre hirviente me enamoré con tanta fuerza que supe agarrarme a Benedetti, ‘En el amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas. En el no amor todo es ridículo y cursi y obsceno’, pero aprendiendo lecciones de Herman Hesse: ‘El amor y el gozo y esa cosa misteriosa que llamamos "felicidad" no está aquí ni allá, está solamente dentro de nosotros mismos’. Milán Kundera era más ácido conmigo, él me susurraba que ‘nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existentes entre ellos y nosotros’. A veces llegué a confundir el amor con la amistad y Marguerite Yourcenar me lanzó un guiño, ‘la amistad es, ante todo, certidumbre, y eso es lo que la distingue del amor’. ¿Quién me explicaba entonces mi infelicidad de universitario perdido en las decisiones por tomar y la vida por vivir? Patricia Highsmith se lo planteaba conmigo, ‘¿era posible ser feliz lógicamente? ¿Podía hablarse de lógica y felicidad al mismo tiempo?’. Siempre estaba Hesse para contestarnos con gallardía, ‘...el hombre no debe perseguir grandezas o felicidad, heroísmo o una dulce paz, no debe desear otra cosa sino su limpieza de alma, una mente despierta, un bravo corazón y una fiel y comprensible paciencia que lo ayuden a resistir la felicidad junto con el sufrimiento, la conmoción tanto como el silencio’ o de nuevo Kundera, ‘el tiempo humano no da vueltas en redondo sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir. Sí, la felicidad es el deseo de repetir’.
El placer del arte en sí, lo atrapó tan bien Muñoz Molina, ‘El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar con ojos más atentos el mundo’ que no sabría definirlo mejor. Quizás Amélie Nothomb, cuando me escribía 'Sería bueno acudir a las exposiciones así, por casualidad, con toda la ignorancia posible. Alguien quiere mostrarnos algo: simplemente eso ya cuenta'.
Sándor Marai, en cambio, sacó a relucir mis miedos, ‘en la vida de toda persona llega un momento en que se queda sola y nadie puede ayudarla’.
Con García Márquez hice viajes en que el calor húmedo era asfixiante, pasé un frío tremendo con Thomas Mann en los Alpes suizos, me trasladé miles de años atrás con Mika Waltari para dormir algunas noches en la ciudad de los muertos añorando a Nefer Nefer Nefer, me aventuré por sueños de mundos inexistentes con Rosa Montero. He abrazado una Sudáfrica dura con Coetzee, la Italia medieval con Ítalo Calvino, el Nueva York burgués con Irving, el México adulador y culto con Bolaños. Adoro el Madrid de Millás, la Barcelona de Mendoza, la Sevilla de Cernuda… Amo la Francia de Maupassant, la Alemania de Goethe, la desazonadora Inglaterra de Doris Lessing.
He viajado por todo el mundo y todas las épocas, he conocido hombres moribundos, amores tremendos incapaces de mantenerse en pie, he vivido toda clase de perversiones sexuales, he asesinado y me han aporreado, maltratado, vejado. Me han querido mujeres y hombres, he crecido en Indochina y me he recorrido los Estados Unidos en coche. Sé del dolor de la guerra sin sentido y de la fuerza del poder, me han exasperado vampiros, crápulas y maleantes. Sé lo que es un futuro si la sociedad se envilece, sé cómo los japoneses padecieron la bomba atómica, he luchado en los dos bandos de la Guerra Civil española. Fui anarquista, fui un facha. He sido heterosexual, homosexual, he tenido sida y he ayudado a sanar gente.
Sé que la vida es grandiosa, como dice mi querido Auster ‘es el azar quien gobierna el mundo. Lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida’.
Sé que hay ciudades más grandes y más hermosas que Sevilla, paisajes impresionantes, gente sabia y buena que nunca llegaré a cruzarme. Soy tolerante porque lo he vivido casi todo y porque estoy dispuesto a seguir sumergiéndome cada rato que pueda al otro lado de los libros, allí donde encuentro las no-respuestas a verdades universales vertidas por gente sabia que un día cogió una pluma y me quiso contar, a mí, lo impresionante que es la existencia humana.
Cada cual a su manera interpreta el mundo, su vida, la de los demás, el sentido profundo de las cosas; cada persona tiene sus trucos para ser feliz, da valor a cosas diferentes que el vecino, que el hermano o que el desconocido con el que nos cruzamos por cualquier calle.
Cuando nacemos, obligatoriamente nos vemos imbuidos en una atmósfera determinada, una familia que te ofrece el cariño que sabe, que puede o que quiere o no quiere demostrarte, y que te influye en tu actitud ante la vida. Te ingresan en un colegio que tú no eliges para recibir una educación que siempre estará sesgada y, poco a poco, vas despegándote a partir de los amigos, seres con quienes te sientes más cómodo, que tú crees elegir, para ir integrándote en una ciudad que siempre tendrá un perfil determinado, un clima, unos olores, frustraciones y vanidades.
Yo nací en Sevilla, en una familia de clase media, estudié en un colegio de curas y viví una infancia feliz.
Mis hermanos se ríen de ese período de mi vida, cuando siendo un enano no me separaba del periódico, de los libros de Los Cinco, de los cómics de Mortadelo y Filemón. ¡El repelente niño Vicente…! Más tarde enganchado a Delibes o al Trafalgar de Pérez Galdós, el Cid, la Regenta, el Quijote, el Lazarillo de Tormes, la Celestina, todos libros obligatorios en edad escolar.
Necesariamente el colegio me ofrecía una visión parcial, muy limitada de la realidad. Dios por todos lados, Sevilla como la ciudad más bonita del mundo, un ambiente de derechas y unas verdades indiscutibles.
Pero yo leía.
El húngaro Lajos Zilahy me habló de la amistad, ‘Por vez primera experimenté cuán dulce es confiar a otro todo cuanto nos oprime el corazón: parece que con ello entra en nosotros una corriente de aire fresco y un rayo de sol’, Julia O’Faolain me comentó que ‘cuando la religión te falla, la ética funciona bastante bien’; con Dostoievski viajé a los grandes paisajes despoblados de la Gran Rusia para conocer los extremos de la avaricia en el hombre, con Flaubert visité los páramos arbolados al sur de París donde se vivían historias de amor, de engaños inmisericordes, que no podía imaginar; Isabel Allende me insinuaba ‘que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurra simultáneamente...’ mientras Carmen Martín Gaite la apoyaba, ‘¡quién volviera a ese tiempo de instante detenido!’. Desde la cama de mi habitación reflexioné sobre teorías dispersas acerca del sexo, ‘Al sexo va un cuerpo sin cabeza, ni corazón, ni alma. Quien diga lo contrario no sabe qué es el sexo...’ afirmaba contundente Antonio Gala, pero Almudena Grandes me confundía, ‘la maldición es el sexo… no existe otra cosa, nunca ha existido y nunca existirá’.
Mi madre murió de cáncer y José Luis Sampedro supo explicarme ese dolor del enfermo terminal; y por esa época de juventud descorazonadora de sangre hirviente me enamoré con tanta fuerza que supe agarrarme a Benedetti, ‘En el amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas. En el no amor todo es ridículo y cursi y obsceno’, pero aprendiendo lecciones de Herman Hesse: ‘El amor y el gozo y esa cosa misteriosa que llamamos "felicidad" no está aquí ni allá, está solamente dentro de nosotros mismos’. Milán Kundera era más ácido conmigo, él me susurraba que ‘nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existentes entre ellos y nosotros’. A veces llegué a confundir el amor con la amistad y Marguerite Yourcenar me lanzó un guiño, ‘la amistad es, ante todo, certidumbre, y eso es lo que la distingue del amor’. ¿Quién me explicaba entonces mi infelicidad de universitario perdido en las decisiones por tomar y la vida por vivir? Patricia Highsmith se lo planteaba conmigo, ‘¿era posible ser feliz lógicamente? ¿Podía hablarse de lógica y felicidad al mismo tiempo?’. Siempre estaba Hesse para contestarnos con gallardía, ‘...el hombre no debe perseguir grandezas o felicidad, heroísmo o una dulce paz, no debe desear otra cosa sino su limpieza de alma, una mente despierta, un bravo corazón y una fiel y comprensible paciencia que lo ayuden a resistir la felicidad junto con el sufrimiento, la conmoción tanto como el silencio’ o de nuevo Kundera, ‘el tiempo humano no da vueltas en redondo sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir. Sí, la felicidad es el deseo de repetir’.
El placer del arte en sí, lo atrapó tan bien Muñoz Molina, ‘El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar con ojos más atentos el mundo’ que no sabría definirlo mejor. Quizás Amélie Nothomb, cuando me escribía 'Sería bueno acudir a las exposiciones así, por casualidad, con toda la ignorancia posible. Alguien quiere mostrarnos algo: simplemente eso ya cuenta'.
Sándor Marai, en cambio, sacó a relucir mis miedos, ‘en la vida de toda persona llega un momento en que se queda sola y nadie puede ayudarla’.
Con García Márquez hice viajes en que el calor húmedo era asfixiante, pasé un frío tremendo con Thomas Mann en los Alpes suizos, me trasladé miles de años atrás con Mika Waltari para dormir algunas noches en la ciudad de los muertos añorando a Nefer Nefer Nefer, me aventuré por sueños de mundos inexistentes con Rosa Montero. He abrazado una Sudáfrica dura con Coetzee, la Italia medieval con Ítalo Calvino, el Nueva York burgués con Irving, el México adulador y culto con Bolaños. Adoro el Madrid de Millás, la Barcelona de Mendoza, la Sevilla de Cernuda… Amo la Francia de Maupassant, la Alemania de Goethe, la desazonadora Inglaterra de Doris Lessing.
He viajado por todo el mundo y todas las épocas, he conocido hombres moribundos, amores tremendos incapaces de mantenerse en pie, he vivido toda clase de perversiones sexuales, he asesinado y me han aporreado, maltratado, vejado. Me han querido mujeres y hombres, he crecido en Indochina y me he recorrido los Estados Unidos en coche. Sé del dolor de la guerra sin sentido y de la fuerza del poder, me han exasperado vampiros, crápulas y maleantes. Sé lo que es un futuro si la sociedad se envilece, sé cómo los japoneses padecieron la bomba atómica, he luchado en los dos bandos de la Guerra Civil española. Fui anarquista, fui un facha. He sido heterosexual, homosexual, he tenido sida y he ayudado a sanar gente.
Sé que la vida es grandiosa, como dice mi querido Auster ‘es el azar quien gobierna el mundo. Lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida’.
Sé que hay ciudades más grandes y más hermosas que Sevilla, paisajes impresionantes, gente sabia y buena que nunca llegaré a cruzarme. Soy tolerante porque lo he vivido casi todo y porque estoy dispuesto a seguir sumergiéndome cada rato que pueda al otro lado de los libros, allí donde encuentro las no-respuestas a verdades universales vertidas por gente sabia que un día cogió una pluma y me quiso contar, a mí, lo impresionante que es la existencia humana.
7 comentarios:
En la primera página de un diario abierto hace más de tres décadas, aparece una frase:
“He buscado en todas partes el sosiego y no lo he encontrado sino sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos”
Gracias por escribir palabras que se convierten en libros
Disculpas, el autor de la frase anterior es:
Tomás de Kempis
Fantástico... que manera más poética de describir los escenarios y las vivencias de tu vida, enrededados en autores y obras. Es sutilmente maravilloso, aunque no pueda estar de acuerdo con todo lo que cuentas, pero claro ya sabes tenemos puntos de partida diferentes; pero claro, es tu opinión y tu texto, pero me ha gustado mucho los enlaces poéticos. Muy bien Salvador!
Me ha encantado esta entrada, la manera en que está escrita, las sensaciones que regala.
Leída de un tirón, la entrada asfixia un poco por la gran cantidad de citas que uno quisiera retener, releer o descubrir.Hay que imprimir para degustar y quizás para tomar nota de algunos autores y obras que quien presume de haber leído casi todo, ha pasado por alto.
Compruebo, al mirar con más calma, que este artícuo es del cuatro de marzo del 2009, casi dos años antes del discurso que Mario Vargas hizo en Estocolmo con motivo de la entrega del premio Nóbel. La similitud de parte del planteamiento del galardonado peruano con lo que acabo de leer de Salvador Navarro, es conmovedora.
El amor a la lectura solo tiene una razón y un argumento, por eso todos los que sabeis escribir os expresais de manera parecida a la hora de hablar de vuestro/nuestro gran pasión: leer.
Quizás dentro de unos años, alguien recuerde como leyendo a Navarro, pasó un buen rato, paseó por Sevilla, sufrió con amores y desamores y se emocionó con la dulce presencia de una joven lesbiana.
Desde Diciembre de 2010 un abrazo de Á.
Gracias por ese enlace, amigo. Te dije ayer que me Ángeles me encandiló con tu descripción. Ahora, lo compruebo. Noto también el parecido con el discurso del Nobel, por ese recorrido, que es la vida, a través de los libros. Ha sido un placer leer esta entrada, siguiendo la obras que en gran parte han pasado también por mis manos.
Mucho besos llenos de letras.
gracias por leerme, Isolda... sólo una aclaración, esta entrada fue escrita casi dos años antes que el discurso de Vargas Llosa en Estocolmo
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