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jueves, febrero 26, 2009

Madrid

He estado muchas veces en Madrid, pero no tantas como para que resulten infinitas, esa sensación que sólo tengo con algunas playas de Huelva y Cádiz, y con París.

En toda visión se juntan historias subjetivas que no siempre se pueden racionalizar. Mis primeros encuentros con la capital fueron dramáticos. A mi madre le trataban de un cáncer terminal allí, buscando un milagro no posible en Sevilla, en Madrid ni en ningún otro lugar en esos años ochenta en que un adolescente descubría los entresijos del sexo, las relaciones humanas y amorosas, viviendo una situación tan cruel como era ver a su madre de cuarenta y tantos años morir poco a poco.

De entonces recuerdo los paseos por el Retiro en tardes-noches veraniegas de mucho calor.

Conocí luego el Madrid de las visitas culturales organizadas, el de las noches de alcohol tomando cervezas carísimas que sabían de muerte, el de los encuentros a ciegas. Viví una desastrosa historia de amor con alguien de allí. En todos esos períodos, en cada viaje, encontraba un hueco para patearme la ciudad, recorrerme a solas sus museos, los centros comerciales, atravesando avenidas repletas de coches pitando. ¡Qué agresivo me resultó Madrid desde la primera vez!

Agresivo, desordenado, con muchas cuestas, barrios desangelados… Pero nunca extraño. No puede resultar extraño Madrid a un sevillano. Sentirse huérfano allí no es probable.

Con el tiempo he ido apreciando la belleza dura de una ciudad muchas veces vilipendiada.

Este pasado fin de semana estuve allí. El domingo desperté con ruidos de Carnaval y me fui a desayunar por la Gran Vía. Cuando salí del café, el sol de invierno daba de lleno en la fachada del edificio de Telefónica. Estampa que retendré para siempre. Grandes edificios blancos señoriales de una ciudad que no resulta indiferente.

El problema de Madrid es intentar imponerlo como modelo en un país tan diverso, es hacer que todas las vías, los vuelos y los trenes pasen por allí, que la vida cultural de España parezca sólo la suya, que las series de televisión siempre se sitúen allí, con lo que podríamos ganar con una ‘Aída’ viviendo en un barrio de Las Palmas, con un programa cultural semanal desde Santiago de Compostela, con un Ministerio de Fomento en Barcelona y uno de Turismo en Málaga. España es muchísimo más que el Real Madrid, que las cuitas de Esperanza Aguirre, que los entresijos de politiquería tramados en diarios madrileños. Somos un país de idiomas diversos, de distintas lenguas, al que le gustaría seguramente un Madrid menos ‘carca’.

Yo quiero un Madrid canalla, alternativo, fuerte, que me acoja siempre con el cariño de quien es la capital de un país moderno, sensato y acogedor.

Me gusta Madrid y me considero, por tanto, con derecho a opinar. Hay amores que matan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El que viene a Madrid, se le hace madrileño de adopción, siempre. Nunca preguntamos de dónde viene, ni qué viene hacer. Es uno más.
Madrid como cruce de caminos y siendo posada, hemos acogido siempre a todos.
Somos tan de todos, que nos hemos quedado en Villa dejando el titulo de Ciudad a Chinchón. La Corte la (im) pusieron por ser el centro de camino y por el aire de Guadarrama. Eso dicen.
No importa también nos vale. Nos vienen bien los reyes y los jornaleros de La Mancha, las nodrizas de la Montaña y los mieleros de Guadalajara. Nos quedamos con todo y nos hacemos más grandes para que todo el que venga tenga sitio. Somos copistas de todo.
El que viene nos enseña sus costumbres y sus usos. Las vamos añadiendo y al final lo que nos sale son “verbenas” llenas de farolillos y claveles, que parecen Sevillanas pero con sabor a chotis.
El tema de política si quieres lo hablamos en una terraza con unas cervezas y unos taquitos de jamón, más que nada porque no entiendo del tema, así… tu hablas y yo como.