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lunes, octubre 10, 2016

Caña

Dice Fran que siempre salgo de casa con la caña de pescar. No lo niego. Mariángeles se mofa con cariño de mí al comentar que siempre que viene a alguna de mis cenas o fiestas está expectante para ver qué invitado desconocido, para ella, aparece. Tiene razón también.

Espero seguir así muchos años, con capacidad para integrar gente nueva en mi vida.

A determinadas edades hay quien dice que ya tiene su cupo de amistades cubiertas. ¡Yo no! Tengo, y la gente que me conoce lo sabe, grandes amigos. Pero el mundo es grande y, pese a lo frustrantes que resultan muchas personas y actitudes, sé que aún existe gente circulando por cualquier lado a la que estoy destinado a encontrar y tomar un sincero aprecio, que serán imprescindibles en mi futuro.

Me decía el otro día Nuria lo mucho que disfrutó tomando una cerveza con un par de portugueses a los que conoció en el bar de El Corte Inglés. ¡Claro que sí!

La pena, le comentaba yo, es la poca oportunidad que nos damos los humanos para conversar e interesarnos por el otro, para charlar con los de la mesa de al lado en el restaurante, para comentar un cuadro con alguien desconocido mientras visitamos un museo, para entablar conversación con quien acaba de reconocer que lee a Murakami, que le encanta Venecia, que viaja con una ONG, que es creativo, bloguero, inventor de máquinas inservibles o pescador de personas sin pescar.

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