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lunes, enero 04, 2016

Baltasar

Hoy he vuelto al trabajo tras un período corto de vacaciones navideñas; un espacio temporal sanísimo que sirve para desconectar del ritmo disparatado al que nos somete la empresa privada.

A toda compañía le mueve el beneficio, porque es el beneficio el que contenta a sus accionistas, a fin de cuentas quienes dan o quitan, quienes tienen el poder. Para dar beneficio hay que competir bien. Tener el mejor producto, en calidad e imagen, al mejor precio. Es decir, fabricar más barato que el vecino aquello que está dispuesto a pagar el cliente. Una buena empresa, y la mía lo es, pone por encima de todo al cliente. Siempre que no lo ha puesto se ha equivocado. Nuestro trabajo no tiene sentido sin imaginar que todo se hace por la satisfacción del comprador de un coche Renault.

Todo eso nos lleva a una presión importante, porque hay dos formas básicamente de ser más competitivo: gastar menos o producir más (con lo mismo). Sí, nos pagan para ser cada vez más eficientes. Para repartir las tareas de la forma más lógica quitando toda operación, manipulación o tarea que no aporte nada al cliente final. Eso hace que juguemos al máximo las cartas de nuestro personal, al que mimamos especialmente cuando es brillante, trabajador, solidario, responsable y promotor de nuevas, y buenas, ideas. Cada vez se necesita gente más preparada y autónoma para que la empresa rule de forma fluida en el mejor ambiente posible.

La pasada noche soñé que un compañero se llevaba a su departamento a uno de mis colaboradores más destacados, y yo me removía en la cama, sudando, haciendo cuentas para ver cómo iba a poder reemplazar todas las tareas que este hombre hacía con el equipo que me quedaba.

Desperté de la pesadilla y me quedé con el nombre de ese técnico en los labios: Baltasar Gracián.

Ya con el café y el periódico delante, me volvió el nombre a la mente: Baltasar Gracián. Tan seguro estaba de que no tenía a nadie así llamado en mi departamento, como de que la ansiedad de ese mal sueño me volvía a atacar en esa penúltima mañana de vacaciones.

Lo comenté almorzando en casa y Fran me lo aclaró:

'Baltasar Gracián es el vino que te ventilaste anoche en El Gallinero de Sandra, cenando'.

Un tinto riquísimo, de Calatayud.

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