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miércoles, diciembre 26, 2012

Catedral

Los franceses llaman 'flâner' al pasearse sin rumbo, sin prisas, sin objetivo.

Aprovechar los días de descanso con que se nos regala en períodos de vacaciones me permite hacer eso, disfrutar de las mañanas frescas y luminosas de Sevilla para pateármela sin otra expectativa que ésa (me niego a dejar de utilizar las tildes en los pronombres demostrativos por mucho que lo prescriba la RAE).

Nos habíamos levantado pronto para llevar mi novela al registro, de horarios imposibles para quienes trabajamos, y nos convencimos para ir caminando con tranquilidad hacia la Catedral.

Es uno de esos lugares a los que siempre voy con algún francés, o un madrileño, o un japonés. Visita rápida para continuar por los Alcázares, Archivo de Indias, Barrio Santa Cruz... explicando con precisión las informaciones relevantes que deberían retener de su visita a mi ciudad.

Hacía una eternidad que no la visitaba, la Catedral, para mí mismo. Esa mole inmensa de siete naves construida hace más de quinientos años. Poder pararme en cada capilla, casi cincuenta, que podrían ser perfectamente la iglesia mayor de cualquier pueblo, leer la historia de sus arquitectos: flamencos, portugueses, franceses, alemanes, castellanos, andaluces... Admirar cuadros, frescos y esculturas de los grandes de todas las épocas, oler, tocas las piedras, escuchar cómo suenan las conversaciones en su interior, imaginar la vida allí, tan desprovista de elementos perecederos que dificulten situarse en un determinado tiempo.

Nos unimos a un grupo de turistas gallegos en el Altar Mayor, donde la guía, extrovertida e ingeniosa, contó como las figuras de ese inmenso retablo se iban construyendo cada vez más grandes para poder explicar toda la vida de Jesús sin tener la sensación que las imágenes se fueran haciendo más pequeñas conforme subiésemos la mirada hasta los veinte metros de altura a los que llega.

Los seguí, como un turista gallego más, para que me explicara los detalles de la tumba de Colón o quién era el protagonista, orondo y gigante, del fresco inmenso de uno de los laterales del crucero principal. Era San Cristóbal, al que se ruega contra la muerte repentina.

Paseé por el Patio de los Naranjos, testigo mudo del esplendoroso pasado árabe de la ciudad, desde el que se observa una Giralda imponente, símbolo de dos religiones unidas en piedra durante siglos.

Horas en la Catedral para disfrute propio, calmado y sanador.

2 comentarios:

ispainteve dijo...

Lugares con encanto que terminan transmitiendo sus beneficios a quienes los visitan. Supongo que cada persona tiene sus propios sitios para curar el alma.
Saludos Salvador y felices fiestas.

Sarah dijo...

Salut!

C'est le premier article que j'ai lu en entier (enfin): j'ai eu du mal à commencer, toujours ce petit complexe d'infériorité que je traîne dans mes valises..
En tout cas, je dois t'avouer que j'ai trouvé fort agréable de te lire, et que j'ai quasiment tout compris.

Je m'abonne!

Bisous et à très bientôt (j'arrive dans quelques jours)

Sarah