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martes, septiembre 11, 2012

Brigitte

Llegué a París para instalarme un frío y lluvioso enero de hace diez años.

La mezcla de excitación e indefensión se convierte en un cóctel explosivo cuando uno se enfrenta a la aventura de abandonar su país, solo, para tratar de ganarte la vida de forma honesta.

Quien fuera por entonces mi jefe me puso en contacto con su secretaria para que me echase un cable en todo lo que necesitase en esos primeros días de acoplamiento a otra realidad muy distinta, no sólo laboral.

A Brigitte la conocí primero por teléfono, preocupada por evitarme complicaciones innecesarias.

El día que llegué al trabajo me recibió con el afecto preciso de quien me sabía nervioso y me encontré con una señora de cerca de sesenta años, con una importante minusvalía por un grave accidente de tráfico que la obligaba a utilizar muletas y un rostro que reflejaba una indudable belleza pasada, de piel muy blanca, pelo rubio y grandes gafas, como una actriz de Hollywood en sus años de retirada.

Ese mismo día, al finalizar mi primer día de trabajo, me quiso mostrar la manera más rápida de acceder a París desde la periferia, donde se encontraban las oficinas de Renault, para lo que se colocó en su coche delante con idea que la siguiera. Llovía muchísimo, las temperaturas eran muy bajas. Hubo un momento en que, para explicarme, se paró en un semáforo y salió con las muletas hacia mí. Éste se puso en verde pero ella, impasible, con el agua haciéndole desprenderse la pintura celeste de sus ojos, me dio las últimas indicaciones para salir de allí. La veía chorreando y me prometí que eso tenía que agradecerlo de por vida.

A mi jefe, que me hizo venir de España porque me conocía de la fábrica de Sevilla, lo trasladaron, casi nada más llegar yo a París, de nuevo a España y él le dijo a Brigitte, tal vez sensibilizado por el hecho de haberme involucrado en esa odisea para luego desaparecer, que me cuidara como a un hijo.

Coincidíamos en los restaurantes de los alrededores a la hora de la comida, huyendo los dos de los comedores del trabajo, cruzábamos las miradas en la máquina del café cuando a algún insoportable ingenierillo le venían aires de grandeza y nos reíamos a carcajada limpia con mi nula capacidad de manejarme con las palabrotas en francés.

Un día la invité a comer.

Al poco tiempo, y durante tres años, comí a diario en su casa.

Añoro sus kirs de aperitivo, los vinos blancos con ensalada de endivias, los tintos con la carne preparada a la 'bourguignonne' y sus insuperables tartas. Fui conociendo a su familia, su pasado marcado por la lenta muerte de su marido, el abandono de su hija, el terrible accidente de tráfico. He estado en el hospital acompañándola en sus revisiones médicas o sus postoperatorios. Mujer de una debilísima salud de hierro.

Tres años después volví a mi tierra, sabiendo que siempre que voy a mi querido París tengo una mesa llena de grandes platos y vinos esperando a ser disfrutada entre risas.

No hace falta avisar previamente.

3 comentarios:

Melvin dijo...

Que historia más entrañable. Gente como Brigitte hace que la vida merezca la pena. Aparte de ser un potencial personaje literario, el breve retazo que has dibujado sobre su vida, apunta maneras. Un abrazo.

Anónimo dijo...

A mi me ha parecido un relato muy bonito lo que favorece lo bien que te expresas por escrito.

Personas como Brigitte son las que merece la pena conservar como buenas amigas, un tesoro vaya.

Está claro que en todos los sitios hay personas buenas y bondadosas y personas malas, malévolas sin distinción de fronteras. Tenemos la tendencia de dejarnos llevar por estereotipos que en algunos casos son absurdos y en otros no tanto pero lo cierto es que cuando visité París y Londres hace 8 años me encontré de todo en la capital francesa desde gente amable a gente extremadamente desagradable (lo mismo en Londres), igual preguntabas por algo y ni te miraban siquiera o incluso gente que se esforzaba por contestarte en español. Mi idea de los franceses e ingleses es la de envidiosos y acérrimos enemigos históricos de los españoles pero como digo en todos sitios te encuentras de todo.

También he visitado Moscú en 2006 y la gente a pesar de no hablar inglés se esforzaban por atenderte aunque sea en el lenguaje internacional de los signos.

Saludos. Manuel

Las Cosas dijo...

Es una suerte tener a alguien en cada puerto en que uno recale...