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miércoles, julio 14, 2010

Lenguas de fuego

No era, pienso, un espíritu cotilla el que me hacía imaginar en mi época de estudiante de bachillerato que, sobre el resto de los alumnos y alumnas que compartíamos la clase se apareciera una lengua de fuego encima de las cabezas que sólo yo pudiera ver acto seguido al lanzamiento de una pregunta tan sólo imaginada por mí. 

¿Cuántos tienen padres divorciados? Y la lengua de fuego se levantaría sobre dos, tres o doce de mis compañeros ¿A cuántos se les ha muerto un familiar cercano? Entonces comprendería mejor el dolor de algunos ¿Quiénes han dejado de ser vírgenes? ¿Cuántos son homosexuales? ¿Quién tiene una familia arruinada? ¿Quién tiene una enfermedad grave? ¿Cuáles de ellos trabajan para pagarse sus estudios?... 

Sí, yo era tímido en mi época juvenil. Y sí, tenía muchas dudas sobre mi lugar en el mundo. ¿Hasta qué punto mi familia, mis circunstancias, mis emociones eran normales? 

Las lenguas de fuego no aparecían y eso me enseñaba que la vida había que trabajársela, que era necesario indagar, conectar, no recluirse, compartir palmeras de chocolate en los recreos para escuchar, aceptar invitaciones a fines de semana en el campo de amigos que a lo mejor me daba terror visitar, huir del calor de mi habitación, mis libros, mi familia. 

Tengo la enorme fortuna de tener dos hermanas mayores, emprendedoras, lanzadas, divertidas y conectadas con el mundo real que se preocuparon sin forzarlo de hacerme cómplice de ellas, de la estupidez de ser un tímido enfermizo. Con ellas viví las primeras borracheras, pero también conocí a gente de edades diferentes con las que congenié, ellas me dieron mis primeros trabajos vendiendo tiquets en festivales de música o tras la barra de un bar y con ello la posibilidad de descubrir a una mujer que trabajaba en Galerías Preciados y vivía con un chufla, a una enfermera que trabajaba en una UCI y a pesar de ello reía a boca llena, a tipos buscavidas que trapicheaban con lo que fuera necesario para sacarse pelas, a imbéciles taciturnos, a profesores de universidad, a limpiadoras, recepcionistas y arquitectos. 

Curé mi timidez a base de no encerrarme en casa obedeciendo a la inercia de un tipo introspectivo, convirtiéndome en un ser mucho más válido al renunciar a enfocar mi vida en una sola dirección. Mis hermanas me sacaron del mundo imaginario de las lenguas de Pentecostés.

2 comentarios:

el señorito andaluz dijo...

Suerte de haber recorrido ese camino y haber tenido a tus hermanas para ayudarte. Yo lo recorro solo, pero cada paso me da una nueva satisfacción. También hay que saber escuchar al tímido, es muy fácil rendirse, pero la recompensa es enorme.

Anónimo dijo...

No es lo mismo ser cotilla que tener curiosidad por el entorno, la vida. Una de las más imprescindibles características para un escritor; si no se siente curiosidad por las cosas es muy díficil aprender. Base de conocimientos, imaginación y relación (en cuanto a relato).No es lo mismo preguntar cuántos años tienes que preguntar cómo ves la vida. Un beso,
M. Dufour